- La decisión se tomó y ahora no podemos dar marcha atrás. Sería nefasto
para nuestros intereses, perderíamos la credibilidad y nuestros votantes nos
retirarían la confianza que depositaron en nosotros. – Ya estaba dicho, era
lo que tenía que hacer, sin remordimientos, sin arrepentimientos, debía
mostrarse duro ante los suyos, consistente, sin debilidades que permitieran a
algún compañero de partido intuir la más mínima oportunidad de arrebatarle la
presidencia. Su perseverancia y contundencia le mostraría invulnerable frente a
los demás-. No hay marcha atrás. Ni
pensarlo.
- Perdone que le interrumpa señor presidente, pero esa decisión fue un
error, - siempre hay algún díscolo, alguien incapaz de entender quién es el
que manda, pero que sea él, parece inconcebible; fue precisamente quien más
apoyó las propuestas de la campaña en la que se consiguieron los mejores
resultados de la historia del partido; él predijo que finalizaría la etapa
bipartidista y acertó, el sistema transformó la democracia en una dictadura votada
y consentida socialmente; recibió una de las mejores carteras ministeriales, la
de economía; ahora en cambio protestaba.
- No, no puedo disculparle, errónea o no, no vamos a ceder ante el
chantaje de un sector de la sociedad por ruidoso que sea. – Contundente-. Quiero que este tema desaparezca ahora mismo
de la mesa. – Invulnerable-. No
volveremos a discutirlo.- Duro-. Ni
una sola palabra más. – Sin debilidades.
El silencio se apoderó del salón
en que se estaba celebrando la reunión. Un silencio incómodo y embarazoso, provocado
por un autoritarismo injustificado e innecesario; todos los asistentes tenían
la cabeza baja menos el presidente y su sedicioso ministro, que se mantuvieron
persistentes, inalterables, mostrando, como dos animales en celo, su poder uno
frente a otro sin desviar la mirada; la discusión se había tornado en un
beligerante enfrentamiento. El chirriar de una silla repentinamente rompió la
mudez del ambiente. Uno de los ministros se levantó: el insurrecto. Tomó la
cartera que descansaba a sus pies, la colocó sobre la mesa. La abrió, sacó unos
documentos metidos en una carpeta y los colocó bajo su brazo. Dejó la cartera y
se marchó. No dijo nada. Nadie dijo nada. La habitación permaneció callada
hasta que la puerta se cerró tras él. Sólo entonces retomaron el orden del día.
- Hola cariño. Ya le he dicho a María que puede marcharse. Hay que ver
qué buena mujer es, ¿verdad? Ya me ha comentado que te ha dado de cenar y que te
has tomado las pastillas, tal vez deberíamos subirle el sueldo, sin duda lo
merece. ¿Han llegado ya los niños?, ¿te han contado qué tal les ha ido hoy en
el colegio? ¿Sabes?, el pequeño, creo que tiene problemas con algún compañero
de clase, a veces no entiendo qué le pasa, tiene todo lo que quiere, no le
falta nada, pero me parece que no termina de centrarse, tal vez intenta llamar
la atención porque no crea que pueda seguir el ritmo de su hermano. No sé,
tendré que hablar con él seriamente, puede que necesite clases de apoyo o quizá
sea necesario que lo vea un especialista. Por cierto, creo que de ahora en
adelante podré pasar más tiempo contigo, mis compromisos políticos han
terminado, al menos por ahora. Imagino que en breve entraré a formar parte de
algún consejo de dirección de alguna multinacional con la que hayamos trabajado
en el ministerio o puede que de algún banco que hayamos rescatado recientemente
o posiblemente entre como director de alguna fundación, pero tendré un período
de descanso que quiero disfrutar con vosotros. –El ahora ex ministro se
sienta al borde de la cama, donde yace postrada su mujer. Toma sus manos
retorcidas en una figura imposible y las acaricia, las besa. Las coloca
nuevamente a ambos lados del cuerpo demacrado e inerte. Todavía no se ha
quitado la gabardina, pero ya no siente el peso del maletín sobre su
conciencia. Se ha liberado. Antes de dejar el edificio de presidencia tuvo la
precaución de pasar por su despacho y redactar una nota de dimisión de la que
envió copia a un buen amigo suyo, director de un periódico de tirada nacional.
Le pidió que la publicase al día siguiente con una reseña que manuscribió para
que pudiese incorporar a la noticia. La otra copia se la dio a un ujier para
que se la entregase al presidente, también le dio instrucciones para que le
indicase al dársela que los periódicos ya disponían de ese escrito. Ya estaba
hecho, no había marcha atrás, era lo mejor. Miró a su mujer y sonrió. La
quería.
- Agotador, el consejo de hoy ha sido agotador. No alcanzo a entender
cómo he podido llegar a rodearme de tantos ineptos. – Llevaba varios años
como presidente del consejo de administración del banco del que era propietario
en una parte significativa. En realidad sólo seguía presidiéndolo porque le parecía
divertido, a veces, aunque hubo momentos difíciles como cuando se vio obligado
a pedir ayuda al estado para que lo rescataran porque sus inversiones fueron,
por decirlo suavemente, irresponsables. En otras ocasiones le exasperaba lo que
él denominaba el “corsé político” que sólo conseguía retrasar sus operaciones
obligando a sus economistas a reinventar la ingeniería financiera cada vez que
a las marionetas políticas se les ocurría sacar nuevas leyes para pacificar las
protestas sociales. Últimamente les estaba costando demasiado (con lo que esa
palabra implicaba a todos los efectos) ejecutar los movimientos especulativos
contra las deudas soberanas de algunos países. La ruina de alguna nación
suponía un enriquecimiento casi exponencial de su patrimonio y del de otros
como él, poco les importaba que las sociedades se viesen avocadas al
sufrimiento y a la pobreza. Llevaba toda la semana con reuniones constantes con los directores
de los bancos centrales para resolver cuestiones de índole técnico. Transmitía
a sus subordinados los métodos pactados para solventar los problemas burocráticos,
pero nada, todas las operaciones seguían bloqueadas. Estaba exasperado. – Estoy pensando que tal vez debería tomarme
una tregua y pasar más tiempo contigo. Puede que ya sea hora de que nuestro
hijo mayor tome las riendas. Lleva mucho tiempo en el consejo y tiene
experiencia suficiente para poder dirigirlo, yo estaría a su lado como
presidente honorífico para aconsejarle ocasionalmente, pero al menos conseguiría descansar. El pequeño que siga estudiando fuera, le irá muy bien.
– Se sentó en un butacón y miró a los ojos de su mujer, siempre le daba miedo, estaban
vacíos. Cuando lo hacía recordaba el momento en que le diagnosticaron la
enfermedad. Fueron a los mejores especialistas, tuvieron que adaptar su avión
para facilitar los desplazamientos, contrataron a un equipo médico que atendía
a su mujer constantemente. Sin embargo la enfermedad avanzaba implacable.
Consiguieron retrasar los efectos con un tratamiento experimental que le aseguraron
sería la base del futuro método de recuperación de la enfermedad por ahora
incurable. Mantuvo el habla durante bastante tiempo, pero su movilidad se fue
apagando poco a poco. Se había convertido en un esqueleto vivo, su extrema
delgadez, los brazos y piernas rígidos, las manos retorcidas en una figura imposible.
Sí, le daba miedo, pero la amaba. Deseaba llorar, los médicos le habían
asegurado que sentía, que comprendía, que percibía lo que ocurría a su
alrededor perfectamente y él no deseaba que le viese sufrir frente a ella, por
ella. La quería.
- Estos son tus turnos de esta semana. – El papel que acababa de
recibir como cada lunes llevaba escritas las guardias que le correspondían en
el almacén donde trabajaba de noche como agente de seguridad.
- ¿Pero tengo todas las noches? – A la vista del documento la
pregunta era absurda. Sí, tenía todas las noches, así estaba claramente indicado-.
Siempre suele darme alguna noche libre
entre semana y otra el sábado o el domingo.
- Sí, efectivamente, pero hemos tenido que hacer recortes y ahora para la
vigilancia nocturna sólo podemos mantener un guardia. Seguramente será una
situación temporal, pero ahora mismo es lo que hay.
- Usted sabe bien que no me quejo nunca, pero conoce mi situación y esto…,
no puedo aceptarlo, no puedo. Es imposible. –Durante las mañanas trabajaba
en una cafetería como camarero de apoyo un par de horas diarias. La suerte que tenía era
que el establecimiento estaba cerca del piso que tenía alquilado donde vivía con
su mujer y con sus dos hijos. Cuarenta y cinco metros cuadrados de un bajo que
daba a un patio interior insalubre con una sola ventana, el resto de estancias
eran interiores. Había pactado con el dueño del café que su ayuda se repartiría
entre la primera hora, muy temprano, justo antes de la entrada de los
funcionarios al edificio administrativo que estaba frente al bar y la media
mañana coincidiendo con la hora del desayuno. Si ahora tenía que hacer todas
las noches de guardia no le quedaría apenas tiempo para estar con su mujer-. Por favor, le ruego que intente dejarme
alguna noche libre.
- No.
El camino de vuelta a casa fue
triste, sólo le sirvió para recordar tiempos pasados, cuando su antigua empresa
funcionaba bien. Tenía buenos clientes, pero uno de los mejores, una compañía
grande le falló y quebró. Esa firma sencillamente no le pagó, ella seguía, él
no. Tuvo que echar a todos sus trabajadores y cerró. Recordaba cómo pasó días y
días luchando en los bancos porque le renovaran la póliza, porque le dieran
algo de margen, una ayuda, fueron muchos los años que llevaba trabajando con
ellos y nunca había fallado; entonces lo dejaron en la estacada. Como siempre
le ocurría vino a su memoria la noticia del rescate que el gobierno hizo en el
banco que le había estado negando el crédito y sonrió amargamente. Evocó
vivamente su indignación, ahora convertida en resignación e impotencia.
Escribió al ministro de economía exigiéndole en tono airado una solución, él
tenía igual derecho que el banco a ser rescatado, tal vez más, porque había
sido un ciudadano responsable, un empresario serio que jamás había intentado
evadir un céntimo en sus impuestos y que siempre había cumplido con sus
trabajadores; ahora por culpa de una empresa grande se veía obligado a cerrar;
exigía auxilio. También escribió al presidente del banco que le había negado el
crédito, que había sido rescatado por el gobierno y que se estaba dedicando,
con el dinero recibido, a comprar deuda de su país a un interés de usura; le
insultaba, le reprendía por su actitud, por su egoísmo, por su falta de
caridad. Ninguno de los dos le respondió, ninguno recibió la carta.
- ¿Cómo estás cariño?, - le dio un beso en la frente- ¿han llegado ya los muchachos?- Eran,
como siempre, preguntas retóricas, sabía que no obtendría respuesta, pero le
gustaba hacer sentir a su mujer su presencia. Se acercó a ella, la puerta del
dormitorio donde descansaba en la cama individual estaba como siempre abierta,
él compartía dormitorio con sus dos hijos. El hedor era insoportable. Se agachó
y la besó en la frente. Volvió al salón-cocina y sacó de unos estantes unas
bragas limpias y pañales. Cogió una toalla y puso a calentar agua en una
cacerola oxidada. Tomó papel de un cajón. Regresó a la habitación y alcanzó
unas sábanas limpias envueltas en plásticos que estaban en lo alto del ropero. La
limpió. La cambió. La arropó. Sacó sus brazos por encima del embozo de la
sábana. Eran brazos inertes, sus manos retorcidas en una figura imposible ofrecían
resistencia al intentar colocarlas. Las besó. Pasó nuevamente a la cocina y
calentó un puré que había preparado el día anterior, tomó un babero, lo ató en
torno al cuello de su mujer y con una pequeña cuchara comenzó a darle de comer.
En la mesilla había un vaso de agua con otra cuchara con la que le daba de
beber de vez en cuando. Pensaba que tendría que hablar con el hijo mayor,
tendría que pedirle que dejase de estudiar, tendría que pedirle que cuidase a
su madre, él apenas si tendría tiempo con los nuevos horarios. No podía
permitirse perder el trabajo. La quería.
Rubén
Cabecera Soriano.
Mérida
a 19 de noviembre de 2011.
Tienes madera de escritor.
ResponderEliminarMe gusta mucho
Saludos
Ante la enfermedad y la muerte todos somos iguales....ahí está el sistema para desigualarnos...GRACIAS POR TU CRUDA SENSIBILIDAD, ENHORABUENA
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