Muchos de vosotros ya me conocéis, a pesar de
ello, permítanme que me presente: soy Francisco Irreverente. Gran parte de mis
discursos, perdón, mejor decir diatribas o catilinarias, son incendiarios, aunque
terminan cediendo a una esperanza casi utópica de carácter optimista y
humanista, a pesar de que el mensaje lanzado sea pesimista o crítico en exceso.
Así pues, si alguien tiene a bien leerme, no encontrará insultos o faltas de
respeto, salvo alguna que otra frase inicial apasionada que tiene como
finalidad atrapar el interés del lector. Sí, también aquí se hace necesario
utilizar recursos de márquetin. De este modo, se puede sobrellevar con menos
sopor lo que el texto posterior ofrezca y, tal vez, solo tal vez, consiga hacer
calar el mensaje. Toda esta breve introducción sobra, aun así, se me antoja
necesaria, casi imprescindible, para evitar malos entendidos porque, lo que voy
a decir ofrece un tufillo extraño que no me gusta ni siquiera a mí, pero no
deja de ser una visión muy cercana a la realidad, sin meternos a discutir este concepto
porque entraríamos en unos derroteros que nos alejarían del destino que les
quiero presentar y que no es otro que una Extremadura distinta a la que tenemos:
más desarrollada —si realmente queremos eso—, con más oportunidades —si
realmente las necesitamos—, menos atrasada —habría que definir qué es eso del
atraso— y, seguro, más capitalizada, pues es lo que nos toca vivir en este
momento histórico —habría que ver si una actualización capitalista no provocaría
un posterior arrepentimiento, aunque esta elucubración se me antoja de compleja
providencia—.
Empecemos: Extremadura como región definida
por una frontera política tiene, desde este punto de vista, que, aclárese, no
responde en absoluto a una realidad física del medio y solo parcialmente a una
idiosincrasia cultural, dos provincias, que son Cáceres y Badajoz. Como quiera
que la delimitación fronteriza de la región se ajusta a una circunstancia administrativa,
tratemos estas provincias según este hecho. Tanto Badajoz como Cáceres tienen asignados
y garantizados por Ley Electoral en España dos escaños como mínimo, mientras que
el resto se asignan de forma proporcional a la población de derecho. Por tanto,
el número de diputados que cada circunscripción cambia en cada elección
concretándose en el real decreto correspondiente que la convoca. En las últimas
elecciones generales españolas de 2016 resultó que a la provincia de Badajoz le
correspondieron seis, 6, diputados en el Congreso y a Cáceres, cuatro, 4, —recordemos
que el total que establece nuestra Constitución está entre 300 y 400, y se
concreta actualmente en 350—. La determinación del restante número de diputados
de cada circunscripción, al margen de los dos que ya le corresponden por Ley,
se realiza aplicando un sistema electoral con escrutinio proporcional
plurinominal de listas cerradas —del que ya he hablado en alguna ocasión—
basado en la Ley D’Hondt que reparte el total de diputados entre las 52
circunscripciones del territorio español, que responden a las 50 provincias del
estado más las dos ciudades autónomas. Solo a título informativo hay que
indicar que en esas últimas elecciones Madrid obtuvo 36, Barcelona 31 y Soria
2. También es necesario revelar que el sistema de reparto beneficia claramente
a las circunscripciones menos pobladas que reciben más escaños que si el
reparto se hiciese de forma estrictamente proporcional al número de habitantes.
¡Bienvenido sea!, aunque este grito de regocijo tiene sentido solo en el
escenario que voy a presentar.
Todos, sin exclusión, incluso los de
mentalidad más pueril, hemos comprobado lo sencillo que resulta manipular la
historia, especialmente, si hay alguien dispuesto a creer la versión que uno
quiere escuchar. Esta manipulación puede hacerse de forma torticera o con
cierta dignidad y elegancia —si me permiten la expresión a la vista de que lo
que se está insinuando es, como mínimo, reinterpretar el pasado—. En estas
circunstancias es perfectamente posible armar una historia de Extremadura que
recoja las gestas de sus personajes históricos, que son muchos, y reclame para
este territorio sus logros, también sería factible argumentar que esta ha sido
una tierra que ha sufrido desde época inmemorial —podríamos situar esta
desmemoria en el período de la Reconquista, o la conquista cristiana de la península,
según se mire— un desarraigo territorial por ser tierra de nadie que fue entregándose
como premio —o castigo— para defensa de territorios más “favorables” a ciertos
intereses caballerescos y nobiliarios; por qué no, también podríamos decir que
fruto de una desmembrada, no precisamente por atomizada, distribución de
territorio, las gentes de esta región han sufrido hambre y penurias durante
varios siglos mientras algunos se aprovechaban de las prebendas otorgadas por
razón de señorío, cuestión esta que no responde a razones de valía más o menos
objetivas, sino al azar que tiene a bien colocar a uno en esta familia y no en
otra; quién sabe, también podríamos argüir acerca de las carencias en
infraestructuras y la ausencia de inversiones coherentemente programadas que
históricamente ha sufrido esta región y que la ha colocado en una posición
claramente desfavorable con respecto al resto de regiones españolas, europeas o
mundiales. Sin exagerar mucho, precisamente porque estas cuestiones que esgrimo
no están muy lejos de ser verdad, sin paliativos, sería fácil, muy fácil,
concretar en esa historia un sentimiento nacionalista para nuestra región:
sentimiento que no tendríamos que creernos, por descontado, desde luego yo no
lo creería, aunque es difícil —y triste— pretender que no existiese algún acérrimo
creyente, pero, sin embargo, podríamos utilizarlo en beneficio de la región, un
beneficio con marcado carácter egoísta, pero desde luego necesario,
imprescindible podría decirse, que nos serviría para reivindicar lo que, este
sería el discurso: nos corresponde históricamente ya que nos han robado,
esquilmado, arruinado y se han aprovechado de nuestra tierra haciéndola sangrar
para beneficio de extraños que la han expoliado sin compasión beneficiándose de
nuestro sudor. Son estas frases bastante convincentes, algo demagógicas y por
supuesto populistas, pero no faltas de razón —consecuentemente también de
verdad— y envueltas en “bonitas palabras”, si me permiten esta pequeña petulancia.
Así pues, presentado el escenario, la postulación
que deberíamos tomar los extremeños es bien sencilla: reunirnos con nuestros
votos unidos en torno a un partido nacionalista, independentistas o como quiera
que se calificase y cuyo nombre y siglas bien podrían ser: «Extremadura es Una,
EU», «Partido Extremeño Independiente, PEI», o similar —reconozco que aquí sería
necesaria la intervención de un buen publicista para que el nombre y mensaje
calasen profundamente, ya que no es este mi oficio—, incluso, tal vez, esa designación
debiera incluir alguna referencia a nuestro habla, el castúo, que por descontado
denominaríamos, tras el pertinente estudio demostrativo de carácter altamente erudito,
lengua, y sobre el que deberíamos hacer una fuerte inversión económica para
implantarlo en la región e intentar exportarlo al resto del mundo. Cuidado, que
nadie se atreva a burlarse de nosotros por ello, que nuestra idiosincrasia se
fundamente en nuestra cultura y la defenderíamos con vehemencia, pero sin
violencia —bonita rima para el recuerdo—. Este partido gobernaría Extremadura
con ideales políticos difusos, no hay necesidad de ser de allí o de aquí, pero
con un mensaje claro: Extremadura como las demás regiones. Qué menos, ¿no? De
este modo nuestro deseo y necesidad de prosperidad comenzaría a verse
transformada en realidad, aunque fuese a costa de otros, como, de otra parte,
ha ocurrido sistemáticamente a lo largo de la historia. Ahora entenderán por qué.
En resumidas cuentas, contaríamos con al
menos diez, 10, diputados en el Congreso, que posiblemente se incrementarían
porque se haría una fuerte campaña para que aquellos a los que denominaríamos exiliados
—aunque realmente fueran emigrantes— que tuvieron que dejar la región por falta
de oportunidades pudiesen «Regresar a su tierra, a su casa», véase la
importancia del lenguaje en el mensaje lanzado. Estos diez diputados de la región
extremeña, correspondientes a las circunscripciones de Cáceres y Badajoz, nos
convertirían en un partido llave, fundamental para que cualquier otro partido
de carácter nacional, entendido como español, gobernase. Deberíamos vendernos
al mejor postor, sin que eso nos produjese vergüenza, argumentando que nuestro
interés está allá donde el partido que gobierne en España, a la que
pertenecemos por más que nuestro sentimiento nacional quiera alejarnos del país,
ofrezca más a nuestra región. Lógicamente, podríamos presionar mucho y bien
para que grandes cantidades de dinero viniesen como contraprestación a nuestro
apoyo —¿no es así como lo hacen otros?—. No sería necesario inventar nada para
que esta maquinaria funcionase, tenemos varios ejemplos aquí en España que podríamos
utilizar como referencia, aunque yo, personalmente, matizaría y mejoraría el
discurso —cuestión esta que no parece complicada—, ya que no hay necesidad de
provocar situaciones beligerantes, a pesar de que sería necesario contar con
políticos válidos y realmente comprometidos con la región, estadistas para ser
precisos, que supiesen utilizar tamaño instrumento ofrecido por los extremeños
para su favor, el de esos mismos extremeños, claro está.
Imagen: ANAYA
En Isla Cristina a 10 de agosto de 2018.
Francisco Irreverente.
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