La razón histriónica.



No siempre la razón actúa haciendo honor a su propio nombre, ni teniéndose a sí misma como principio básico de comportamiento. En ocasiones, la razón gusta de disfrazarse e interpretar papeles de lo más variopintos: sufridores empedernidos, irreconciliables enemigos, carísimos amantes. En esas ocasiones la razón parece perder su principal virtud, que es su propia idiosincrasia, y se abalanza irremediablemente hacia un abismo del que no podrá salir hasta que su pintoresco comportamiento desaparezca y recupere su cordura característica, aquella que la hace aburrida, previsible, sistemática y desesperantemente sensata, pero que facilita profundamente nuestra vida permitiéndonos seguir vagando sin tener la extraña sensación de encontrarnos constantemente perdidos -paradójica reflexión, vagar sin estar perdido, pero no por ello imaginaria-.

Sin embargo, es la sensación producida por esta razón histriónica, la que nos insufla vida, la que nos ofrece momentos de felicidad y de tristeza, la que nos hace rabiar y rechinar nuestros dientes, la que nos permite llorar y sonreír, la que nos consiente amar. Huir de la razón es acercarse a ella misma por un camino diferente. Permanecer en la razón te convierte en un ser sombrío, aséptico, pero permitir a la razón disfrazarse es ofrecerte vida, es vivir. La razón histriónica es nuestro propio corazón.


Foto: www.fotolog.com

Mérida a 2 de marzo de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

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