Tres mujeres (vi).


 

Concetta.y Rosalia jugaban mucho juntas. Eran primas. Sus casas estaban cerca y sus familias unidas por lazos de sangre. Unos días Concetta era llevada a casa de Rosalia y otros al revés. A veces Carmela se les unía. Solía ocurrir cuando Giuseppe iba a rendir cuentas de las tierras a Salvatore y Vicenzo. Eso era algo que ocurría con bastante frecuencia, de modo que las tres niñas se juntaban con asiduidad. Ninguna de ellas era consciente de su propia posición ni de la de las demás. Aún eran pequeñas y a esas edades todavía no hay prejuicios, rencor ni odio entre los niños —salvo el pasajero del instante—, aunque ya podían intuirse algunas terquedades en ellas heredadas de sus padres. Las tres niñas jugaban juntas, disfrutaban y cuando se tenían que marchar lloraban, como era de esperar. 

 

Carmela llegó a casa de Salvatore de la mano de su madre. No llamaron a la puerta puesto que Salvatore las estaba esperando. Sonreía. Concetta estaba detrás de su padre, ligeramente asomada. En cuanto vio a Carmela se lanzó a por ella. La agarró de la mano y se la llevó al cuarto de juegos donde se encerraron para disfrutar. Salvatore y Adelina se quedaron solos frente a frente. Adelina llevaba una antigua maleta de madera con remaches en la que apenas había tenido tiempo de meter algunos enseres y ropa de ambas. Salvatore alargó la mano para coger la maleta de Adelina, pero esta rehusó la ayuda. Salvatore no perdió la sonrisa. 

 

—¿Puedo pasar? —preguntó Adelina.

 

—Esta es ahora tu casa.

 

Adelina asintió. Cruzó el umbral y miró el gran vestíbulo que presidía la entrada. La luz que provenía de la gran cristalera del rellano la deslumbró, pero alcanzó a entrever a Maria subiendo las escaleras, huyendo del encuentro. 

 

Maria y Adelina eran amigas. Al menos todo lo amigas que pueden ser dos mujeres provenientes de distintas clases sociales. Adelina era una mujer humilde que había sufrido la pobreza hasta que se unió a Giuseppe. Maria, al igual que su prima Rosalia, eran mujeres cuyos orígenes también fueron humildes, pero sus familias hicieron algo de dinero gracias al menudeo y al contrabando, de modo que habían escalado socialmente, no demasiado, pero lo suficiente como para poder mirar por encima del hombro a quienes una generación antes estaban en su misma situación. Luego se unieron con Salvatore y Vicenzo. Salvatore siempre fue un gran amigo de Giuseppe, pasaron juntos su infancia y adolescencia en la que mostraron su rebeldía. Salvatore siempre soñó con tener una vida acomodada y compartía ese deseo con Giuseppe, pero este no tenía esas aspiraciones. Cuando Giuseppe le presentó a Adelina, Salvatore también se enamoró de ella. Pero Adelina no tenía dinero y, además, era la novia de Giuseppe. Salvatore tenía otras aspiraciones, así que rondó a Maria y la consiguió, pero tuvo que hacer un gran esfuerzo por ganarse la confianza de su padre. Salvatore era poco para él. A Maria, sin embargo, le encantaba y la enamoró enseguida. Maria fue el pasaporte que Salvatore necesitaba para llegar a donde soñaba. Vicenzo ya estaba casado con Rosalia cuando conoció a Salvatore. Vicenzo era mayor que Salvatore y Giuseppe. Había recibido una buena educación, pero, además, siempre mostró interés por la cultura. Vicenzo era inteligente, pero algo pusilánime. Enseguida comprendió, cuando se enteró de que Salvatore pretendía a Maria, que podría obtener beneficios de esa relación y que Salvatore sería un magnífico aliado para él. Conseguiría convertirlo en su mano ejecutora. Él no necesitaría mancharse demasiado porque Salvatore siempre tendría las manos sucias. Vicenzo sabía que tendrían que rendir cuentas al clan, pero eso no era óbice para que pudieran prosperar por su cuenta y quién sabe si ascender algo más. Debía cuidar sus movimientos, pero eso no era problema para él. Ambos confiaron en Giuseppe. Era valiente y un tanto temerario, pero, sobre todo, era fiel. Fiel a Salvatore y a los amigos de Salvatore. Y Vicenzo era amigo de Salvatore. Además, le había proporcionado una casa donde vivir con Adelina y facilitó a Salvatore el matrimonio con Maria, como bien se encargó de hacerle saber, lo que ayudó sobremanera a que ambos amigos mejoraran su vida. Rosalia se casó con Vicenzo cuando esta era aún muy joven. Vicenzo había conseguido entrar en el clan. Rosalia pertenecía a una familia que había prosperado y había hecho algo de dinero. Su familia estaba unida a la mafia. Vicenzo supo hacerle ver al padre de Rosalia cuál era el camino para prosperar aún más. Ambos tuvieron un primer hijo, pero falleció a los pocos años. Ese fue un momento muy duro para Rosalia que fue consolada por su prima Maria. Poco después de la boda de Maria con Salvatore se quedó embarazada de su hija, que también se llamaría Rosalia, y Maria se quedó embarazada de Concetta. Ambas mujeres tenían un recuerdo muy feliz de esa época. Ahora las cosas habían cambiado.

 

Adelina siguió a Salvatore. Subió las escaleras tras él y este le guio hasta su habitación en la planta noble de la casa. Su dormitorio estaba en el ala opuesta de la casa, justo frente al dormitorio de Maria y Salvatore. De hecho, pensó Adelina sin intención alguna, si abriesen la puerta a la vez se verían a través del espacio a doble altura del vestíbulo. Salvatore la invitó a entrar. Le explicó las bondades de la habitación: las vistas al jardín, el baño privado, los armarios inmensos, la alfombra del suelo, el papel de las paredes, las luces colgantes…, y le enseñó también el cuarto de la niña que se comunicaba a través de una puerta integrada en la pared, así, le dijo, podría atenderla mejor. Adelina asentía sin mucho convencimiento y con el rostro serio. Cuando Salvatore terminó su perorata le ofreció un instante de descanso a Adelina hasta la hora de la comida. Adelina asintió de nuevo sin más. Salvatore salió y cerró la puerta. Adelina se echó a llorar.


 

Imagen creada por el autor con IA.

 

 

En Mérida a 2 de noviembre de 2025.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera

https://encabecera.blogspot.com.es/