Resulta curioso y entretenido imaginar el fin del mundo. ¿Cómo será?, ¿cuándo ocurrirá?, ¿cómo acabará?, ¿quién sobrevivirá?... Es un ejercicio que mucha gente hace y al que mucha gente recurre ya sea como parte de un ensayo de ficción, ya sea para evaluar las consecuencias y tomar cierto tipo de decisiones en previsión orientadas a minimizar algo inevitable. Esta hecatombe por venir llena páginas y páginas de cientos de libros cada año, y minutos y minutos de metraje de decenas de películas… Sin embargo, a nadie parece habérsele ocurrido imaginar, aunque solo sea de forma teórica y en un ensayo más o menos científico, el fin del capitalismo. Tal vez sea porque es un ejercicio intelectual harto complicado, tal vez sea porque resulta inimaginable para nosotros o tal vez sea porque ciertos sectores interesados prefieren fomentar otras fuentes para la imaginación. Dejando al lado posibles teorías conspiranoicas, no parece probable que en nuestro mundo actual sea factible la búsqueda de la igualdad entre clases que supondría como consecuencia final la desaparición del capitalismo. Es más, aquellos que intentaron poner en práctica sistemas socioeconómicos que pretendían este fin se dieron de bruces contra la naturaleza humana y provocaron desastres de proporciones épicas propiciando daños inmensos a la humanidad. Además, tal y como está el nivel de desarrollo de nuestra civilización, pienso que no sería una buena opción, pero sí que es factible la determinación de las responsabilidades de unos frente a otros y está claro que algunos son más culpables. Ahora bien, el comportamiento del ser humano concita rencor. Solo los niños son incapaces de sentir esta emoción, pero los adultos sí y ejecutan una respuesta proporcional a la intensidad —percibida— de ese rencor. La culpabilidad induce al agraviado ese sentimiento que deviene finalmente en venganza. La historia se preocupa de recordárnoslo una y otra vez, pero no hay figura alguna capaz de evitarlo. El perdón, por más que existe, es una decisión, no una emoción, por tanto, incluso bajo la premisa compartida y consensuada de la indulgencia o de la amnistía, el rencor no desaparece. En síntesis, en nuestra sociedad capitalista existen grupos que son evidentemente más responsables que otros del maltrato a la Tierra, pero dirimir dichas responsabilidades a través del castigo seguramente provocará rencores futuros y sempiternos que devolverán el conflicto a la humanidad. Debemos hacer honor a nuestro apellido «sapiens» y ser inteligentes tomando decisiones que nos permitan avanzar y no perpetuarnos en un bucle sin salida que no nos permita un desarrollo responsable, que, desgraciadamente, es lo que suele ocurrir. Esta es, con diferencia, la parte más compleja de todo el entramado socioeconómico y político —y no la parte tecnológica que está a nuestro alcance—, pues supone renunciar a egos, haciendo ejercicio de autocrítica y de humildad, pero, sobre todo, supone la necesidad de establecer una pedagogía concisa, consecuente y convincente que se aleje del adoctrinamiento y se distancie de las ideologías, promoviendo ideales compatibles con una nueva forma de vivir en la Tierra. Sí, esto es en la práctica una definición perfecta de utopía, pero debe ser así, no parece que haya otra forma de resolver el problema. La historia de la humanidad está llena de ciclos repetitivos —disculpen el pleonasmo— de carácter negativo, pero también surgen en la historia, y no pocas veces, soluciones consideradas con antelación como utópicas. Es el momento de lograr una de esas. Puede que esta sea demasiado rotunda e implique un número muy elevado de agentes, pero ¿no son así las utopías? La mejor forma de encauzarla es procurándola poco a poco, dando pequeños pasos orientados al fin buscado. De este modo, podrá alcanzarse la solución en el tiempo necesario sin que sea demasiado tarde…, espero y deseo.
El mundo actual parece estar tambaleándose como consecuencia de algunos personajes perniciosos que han alcanzado cotas elevadas de poder y que ponen freno al avance natural que debe llevarnos a superar el estadio de desarrollo en que nos encontramos: nada fuera de lo normal. Siempre han aparecido a lo largo de la historia este tipo de personajes y siempre han conseguido cotas de poder que una historia futura descontextualizada e histriónica concibe erróneamente como increíbles. Por suerte, al margen del terrible daño que provocan en la humanidad del momento y de la pérdida, en ocasiones irreparable, de la confianza en el ser humano, terminan pasando a la historia denostados tras algunas décadas durante las que intentaron escribir su versión de la realidad: finalmente no lo consiguen, aunque provocan un retraso del que cada vez es más difícil recuperarse. Confío que este momento complicado se superará imponiendo la racionalidad humana y la propia condición social de la humanidad que subyace en nosotros al populismo, al egocentrismo y a los nacionalismos —reflejos claros de personalidades narcisistas—. No será fácil, pero no es imposible. Si bien, es cierto que los tiempos cada vez son menos y los estamos desaprovechando dando pábulo a engendros humanos que, cuando logran nuestra confianza con mentiras y engaños para ejercer el poder delegado en nuestra forma de gobierno, no tienen reparo en actuar movidos por intereses espurios que favorecen a unos pocos contra el bien común: es el egoísmo selectivo que impone el sistema socioeconómico capitalista y al que recurren los poderosos disociales cuando ostentan la autoridad. Debe quedar constancia de que estos engendros son un mal menor necesario para provocar el cambio. Hay que ser, sin embargo, extremadamente cuidadoso con estas abominaciones porque son capaces, por sí solas, no solo de ralentizar y retorcer en su favor el progreso tecnológico que es la clave de nuestra salvación, sino de perpetuarnos en una regresión que podría llevarnos al fin de la humanidad.
Imagen creada por el autor con IA.
En Mérida a 10 de agosto de 2025.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
https://encabecera.blogspot.com.es/