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domingo, 18 de mayo de 2025

El cazador de moscas (xxvii y final).

 


—Buenos días, Jeremy, ¿cómo se encuentra?, ¿me recuerda?

 

—Claro que la recuerdo… ¿qué se piensa usted, que soy estúpido? 

 

—No, no, por supuesto que no, solo que ha pasado algún tiempo y…

 

—No —Jeremy interrumpe a la periodista—, no ha pasado tanto tiempo, solo un par de meses.

 

—Sí, es cierto, son solo un par de meses… Disculpe, no quería insinuar nada.

 

—No se preocupe, lo entiendo —Jeremy mira a su alrededor—. Aquí todos somos viejos, seniles, la mayoría enfermos y casi todos olvidamos lo reciente, pero nos persigue nuestro pasado sin que seamos capaces de entenderlo.

 

—Esa frase —la periodista asiente—..., creo habérsela leído en el libro, ¿no es así? Me suena mucho, le diría que incluso la tengo subrayada —saca el libro de Jeremy de su bolso y comienza a hojearlo para buscarla.

 

—Seguramente la he escrito en el libro, sí. ¿Le ha gustado…? Me refiero al libro. No tiene por qué mentirme, a estas alturas me da absolutamente igual se le ha gustado o no, es más bien curiosidad.

 

—Puede estar seguro de que me ha gustado. De hecho, de no ser así no estaría ahora mismo con usted aquí…, de nuevo.

 

—Puede ser —Jeremy sonríe—. Esa es una buena apreciación —tose con fuerza—. Disculpe… —coge un pañuelo del bolsillo y se lo pasa por la comisura de los labios para secarse la saliva—. ¿Sabe?, la vejez es una mierda. Estás todo el día babeando como si fueras un niño, tanto si has perdido la cabeza como si la tienes bien puesta sobre los hombros. A veces pienso… —se calla un instante—. Es duro vivir aquí, ¿sabe? No tienes a nadie, aunque te cuide mucha gente, no puedes compartir tu vida con nadie porque no hay nadie que la entienda, nadie que la conozca. Supongo que por eso escribí mi historia. No tiene más… —se calla.

 

—Le entiendo.

 

—No creo que me entiendas —Jeremy levanta la cabeza para mirarla a los ojos—. Esto es algo que solo comprendemos aquellos que lo estamos viviendo. Debes envejecer mucho aún para entenderlo y no es algo que desee para ti. No lo deseo para nadie. Me conformo con que no me tengas compasión, me conformo con que no me tengas pena. Eso es suficiente para mí… Por cierto, no me dijiste cómo te llamabas.

 

—Le dejé mi tarjeta… Soy Gina Thompson. Soy periodista. Leí su libro y lo hablé con mi redactora. Nos pareció una historia muy… interesante. Hablamos con la editorial y le pedimos si nos podía facilitar su dirección. Pusieron muchas pegas, no se crea. Nos dijeron que lo consultarían con usted y al cabo de un tiempo nos indicaron dónde… residía y por eso vine a verle. 

 

—Sí, me suena que me preguntaron acerca de un periódico y una entrevista… Muy bien, pues dígame qué quiere ahora. 

 

—Bueno, ahora en realidad ya no vengo como periodista. Vengo a verle. Su historia es conmovedora. Cuenta cosas que son asombrosas para aquella época, incluso hoy, a finales del siglo veinte, cuesta creerlas. Quiero decir, esas mujeres, sus dos madres, fueron muy valientes, únicas, pero, incluso hoy en día, no es fácil encontrar gente así. Estamos en el año 1997 y sorprende que las mujeres no podamos vivir en paz, sorprende que aún nos cuestionen, que nos maltraten, que no podamos tener hijos. Creo que su historia es muy hermosa, aunque muy dura. Supongo que sufrieron mucho. Supongo que Anna Rose lo pasaría muy mal tras… el fallecimiento de Mary. Hay cosas que usted no cuenta en su libro…

 

—Hay cosas que no sé y hay cosas que no quiero que se sepan, cosas que son solo mías —Jeremy se limpia de nuevo la comisura de la boca con el dorso de la mano.

 

—Lo entiendo, lo entiendo, pero es imposible no sentir curiosidad. No es morbo, no me confunda… o tal vez sí, a veces es difícil distinguirlo, pero es cierto que cuando uno lee lo que esas mujeres sufrieron se le revuelve el estómago y parece que una tiene la necesidad de saber más para completar la historia. Si me lo permite, cuando Anna Rose se marcha definitivamente con usted en el carro hay un vacío, un vacío en la historia que querría conocer. Como le he dicho, es una especie de necesidad, de avidez por entender qué hizo la vida con usted y con su madre, con su otra madre. En el libro, cuando usted se refiere a ellas las llama a ambas «madre». Es algo que me parece muy entrañable. Entiendo que —Gina se detiene un instante y mira a Jeremy, unas lágrimas luchan por liberarse en sus ojos— todo lo que cuenta de Mary se lo transmitió Anna Rose, ¿verdad?

 

—Sí, sí, claro…, en realidad, no conocí a mi madre. Sé que me cuidó mucho, sé que me quería, supongo que le dije en su momento que, en cierto modo, aunque no me cabe duda de que me amaba con locura, yo fui algo parecido a un mandato divino para ella. Sin embargo, no fue capaz de soportar el dolor cuando se vio de nuevo atrapada en manos de su marido, de Robert. Aquello fue demasiado para ella, era un castigo inmerecido. Una prueba que nadie debía tener que superar. Mi madre, Anna Rose, me ayudó a escapar de aquel infierno, de aquel maldito pueblo de Nevada… ¿Sabe? Regresé años después, tendría unos sesenta y pico años. No sé por qué lo hice. Ya me había retirado. La verdad es que no sabía qué hacía allí. Supongo que es el mismo sentimiento de morbo al que usted hacía referencia antes… Sí, no había nada allí para mí. Absolutamente nada. Sin embargo, fui. Busqué mi casa por las referencias de mi madre, no sé muy bien por qué, pero pensaba que el solar permanecería o, incluso tenía la ilusión de encontrar allí una especie de parque o algo así, como se había quemado…, bueno, lo habían quemado… En fin, no sé, pensé que encontraría algo. Y así es, encontré viviendas de tres o cuatro plantas, ni me acuerdo, unas al lado de las otras, en realidad toda la calle se había convertido en una suerte de avenida con pisos, no sabía cuál fue mi casa, solo reconocí la iglesia y gracias a ella me situé más o menos en el pueblo… Aquello me confundió. En fin, me acerqué a preguntar en el ayuntamiento si tenían algún archivo de la época de mi nacimiento, pero no había nada. Mi historia, mi origen, se había borrado. Ahí fue cuando decidí que tenía que escribirlo, aunque aún me llevaría muchos años arrancarlo. No fue fácil, créame, no fue fácil... La vida me llevó por derroteros inesperados. Mi madre me ayudó todo lo que pudo, pero tampoco fue algo sencillo para una mujer soltera con un hijo. Encontramos un lugar, nos asentamos, intentamos ser felices, pero el pasado no dejaba de perseguir constantemente a mi madre. Sufrió mucho, pero salió adelante y me sacó adelante. Estoy muy orgulloso de ella. Le guardo un grato recuerdo y le agradezco profundamente todo lo que hizo por mí… 

 

El anciano se sacó el pañuelo nuevamente del bolsillo de la rebeca y se limpió las lágrimas que comenzaron a surgir de sus ojos. Gina dejó la libreta en la que estaba tomando notas en su regazo y le cogió la mano a Jeremy cuando terminó de enjugarse el rostro. Jeremy bajó la cabeza, Gina sonrió. Una mosca apareció revoloteando alrededor de Jeremy, este se soltó de Gina e intentó alejarla sacudiendo la mano. 

 

 

Imagen creada por el autor con IA. 

En Mérida a 11 y 18 de mayo de 2025.

Rubén Cabecera Soriano.

@EnCabecera