Al día siguiente por la tarde Anna Rose apareció en el pueblo. Decidió volver sin saber muy bien por qué. Albergaba la esperanza de encontrar a Mary allí. Tal vez se había arrepentido. Tal vez eran demasiados cambios, tal vez no soportó alejarse de su hogar por mucho sufrimiento que hubiese encontrado allí. Quién sabe, tal vez podría hablar con ella y convencerla. No creía que hubiese otro sitio al que Mary pudiera haber ido. No le cabía en la cabeza ninguna otra alternativa toda vez que se había convencido de que no estaba en la ciudad. Incluso había decidido ir a la policía para ver si recibía ayuda para buscar a Mary, pero no le hicieron caso alguno. Compró un caballo que pagó como pudo con la promesa de retornarlo y recuperar el dinero que había entregado y regresó al pueblo. Reconocía cada árbol, cada piedra, cada sombra que encontraba en el camino y, sin embargo, no sabía cómo retornar: le costaba, se había prometido a sí misma que no volvería. La duda estaba sembrada en ella. No sabía si debía galopar o llevar un paso lento. Tal vez Mary no quería seguir con ella. Anna Rose estaba apesadumbrada. Al acercarse al pueblo y descubrir su silueta, tantas veces atisbada desde la distancia cuando regresaba de la ciudad, se detuvo. Estaba a poca distancia ya, pero no estaba segura de si debía aparecer por allí de nuevo. Ni tan siquiera sabía si Mary estaba allí. Su mente era un cúmulo de pensamientos llenos de vacilaciones que no podía resolver. Decidió seguir. Cuando llegó, el pueblo estaba vacío. Hacía calor, mucho calor. A esa hora los hombres estarían regresando del campo y las mujeres estarían preparando la comida. Ella estaría abriendo el bar esperando la llegada de los hombres. Pero en aquel momento, un par de días después de lo que había acontecido, no estaba segura de qué estaría aconteciendo en el pueblo. Estaba claro que allí no tenía ningún sitio al que ir. Su casa había sido quemada, como la oficina del sheriff. Tal vez podía ir a casa de Margaret. Era esa su única opción. Antes buscaría a Mary por el pueblo, incluso por los alrededores, conocía algunas cabañas abandonadas que bien podrían servirle de resguardo a Mary o a ella misma si no encontraba nada mejor.
Cuando llegó a casa de Margaret estaba ya anocheciendo. El calor quería desaparecer tras el prometedor frescor de la noche, pero aún había un fuerte bochorno que la hacía sudar. Llamó a la puerta en un par de ocasiones y la puerta se abrió. Apareció Margaret con un niño en brazos.
—¡Anna Rose! —exclamó Margaret.
—Margaret… —respondió Anna Rose mirando al niño que sostenía entre sus brazos.
—Pasa, pasa, por favor… —le dijo dándose la vuelta; no fue capaz de reprimir las lágrimas.
Ambas mujeres se miraron una vez dentro de la casa. Anna Rose vio las lágrimas de Margaret. Preguntó, pero en el fondo de su corazón ya sabía la respuesta.
—¿Qué ha pasado?, Margaret, qué ha pasado…
Margaret miró a Mary. Hizo un pequeño gesto casi de tímida sonrisa, intentando transmitir algo de compasión que ella misma no era capaz de ofrecerse. Le cogió la mano.
—Mary ha muerto.
—No…, no es posible. No ha muerto. Ayer estaba conmigo, en el carro. Se marchó. Seguramente tenía miedo. Seguramente regresó aquí. Debe estar en algún sitio. En alguna de las cabañas abandonadas. Con Jeremy. Ese no es Jeremy.
—Anna Rose, este sí es Jeremy. Mary ha muerto. Lo siento. Lo siento de verdad…
—No, Margaret, no. No es posible.
—Ven, Anna Rose —Margaret le ofreció una silla para que se sentase, Anna Rose la rechazó al principio, pero luego la aceptó.
—¿Por qué me haces esto?, ¿por qué me dices esto? No es cierto. Mary no ha muerto… Ven conmigo, vamos a buscarla. Por favor, no me hagas esto.
—Se suicidó. Robert… Robert la secuestró en la ciudad —Margaret sujetó las manos de Anna Rose—. La cogió mientras estaba subida en tu carro y la trajo aquí. A su casa. Mary no pudo soportarlo y se ahorcó. Mary está muerta, cariño… Está muerta.
—¡Nooooooo!, no por Dios, no… No puede ser.
Mary se levantó. La silla en la que se había sentado frente a Margaret se cayó. Salió corriendo. Dejó la puerta abierta. Se dirigió a casa de Robert. Vio el carro en la entrada. Golpeó en la puerta: una, dos, tres veces… Robert finalmente abrió. La miró de arriba abajo y antes de que le diera tiempo decir nada. Mary se abalanzó sobre él y le golpeó, le arañó, le escupió, le gritó, volvió a golpearle. Robert apenas se inmutó. La dejó hacer hasta que se cansó y se la quitó de encima de un empujón. Anna Rose cayó al suelo.
—Vete d’aquí. Vete antes de que sa’demasiao tarde. Vete y no vuelvas.
Anna Rose le miró con todo el odio que era capaz de sentir. Apretó los dientes y escupió en el suelo. Robert dio un paso adelante acercándose a ella. Ella no se movió. Él estaba borracho y se tambaleaba ligeramente. Anna Rose sintió miedo, pero no fue miedo por ella, fue miedo por lo que el odio que sentía contra él podía llevarle a hacer. Sintió que podía matar a aquel hombre, sintió que era capaz de hacerle sufrir de forma inhumana, pero también supo que no recuperaría nunca a Mary. Supo que ella estaba muerta y que nada ni nadie se la devolvería. Se llevó las manos a la cara. No fue capaz de llorar. Se dio la vuelta y salió de la casa de Robert. Nunca más pisaría aquella casa, nunca volvería a aquel pueblo maldito.
Margaret cogió al niño y salió en busca de Anna Rose. Sabía dónde estaba. Se dirigió con el niño en brazos hasta la casa de Robert. Anna Rose ya estaba fuera cuando llegó. Estaba de pie, quieta, delante de la casa. Dándole la espalda a la puerta. Mirando al cielo, un cielo que empezaba a enseñar sus estrellas y ocultaba el sol. Margaret llegó a su lado.
—Ten —le dio el niño—, cuídalo. Márchate de aquí. No vuelvas. Este pueblo está maldito. Solo hay desgracias… Sé feliz.
Anna Rose asintió. Las mujeres se abrazaron. Anna Rose se dirigió al carro. Colocó al niño en una de las cajas de madera vacía que estaban en el cuerpo del carro. Lo acolchó con la manta y unos harapos que tenía. Lo puso en el asiento. Unas moscas revoloteaban a su alrededor. El niño intentaba atraparlas. Anna Rose cogió el otro caballo y lo ató al tirante del carro. Se subió al asiento. Arreó el caballo y el carro se puso en marcha. Margaret vio cómo desaparecían en el horizonte con la luna al fondo.
Imagen creada por el autor con IA.
En Mérida a 19 de abril de 2025.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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