Energonomía o el fin de la era monetaria. Parte III.
Transcurridos
los cinco años que se establecieron inicialmente como período de prueba, a
nadie se le escapaba que el experimento resultó sumamente satisfactorio. La
ciudad era, objetivamente, más rica, sus gentes estaban satisfechas y el nivel
de desencanto social medido mediante los parámetros más estrictos desde un
punto de vista sociológico apenas si era reseñable. Evidentemente este ensayo
no resolvió todos los problemas de la ciudad, pero como sistema económico, la
energonomía ayudó a mejorar en términos cuantitativos y cualitativos el nivel
de vida medio de sus habitantes. Ayudó a establecer un reequilibrio social y
casi consiguió que los, ya anteriormente citados, “nuevos indigentes”
prácticamente desaparecieran como clase, igualando los estratos sociales en
términos generales. No acabó, ni mucho menos, con las diferencias existentes
entre las distintas capas de la sociedad, pero sí que logró paliar las
diferencias abismales que aparecieron tras la Gran Crisis de principios del siglo xxi y que fue la causante, en
gran medida, de que los acontecimientos posteriores se desarrollasen en torno a
la implantación de este nuevo sistema económico tras el derrocamiento de los
regímenes tradicionales. La energonomía no constituyó en sí misma el fin de las
duras y profundas revoluciones que se habían producido, fue un instrumento que
la sociedad implantó para evitar que pudiese producirse una situación similar de
nuevo con el expolio de los ricos a los pobres.
El
informe final elaborado por el comité de sabios estableció como hecho
constatable que había aparecido un sector de “nuevos ricos” que en cierto modo
ya se había intuido con antelación a la puesta en marcha del experimento.
Resultaba casi evidente, desde un punto de vista estadístico, que, dentro de
una población más o menos amplia, existiría un porcentaje de esta que tendría
como objetivo único la acumulación de energía. Este sector, cuyos miembros
fueron denominados popularmente, y así se recogió en el informe, como
“energo-ricos” (alguno de estos sufría una enfermedad denominada dinerosis), fue en gran medida el
artífice de la creación de los “energo-bancos”, organismos que, a la postre,
resultaron decisivos en la aceptación del sistema cara a su implantación
mundial. Estas empresas, acumuladoras de energía, fueron concebidas originalmente
en el sentido más tradicional del término como bancos, pero la constatación de
la imposibilidad de moverse en parámetros especulativos supuso una
transformación conceptual de los mismos provocando un alto nivel de
tecnificación en ellas que las hizo indispensables en las transacciones
energéticas que tenían como fin últimos procesos productivos. Una de las
circunstancias fundamentales que provocaron la trasformación de estas entidades
estaba directamente vinculada al concepto de los préstamos. En un sistema
energonómico la creación de riqueza a partir de la deuda resultaba impensable,
un banco no podía “prestar” energía que no tuviese, puesto que la energía
solicitada en el préstamo era la estrictamente necesaria para realizar el
proceso deseado, con lo que no había diferencial de deuda, ni necesidad de
depositar una garantía en ningún sitio por la energía prestada o, más
técnicamente, transferida. Por descontado, el concepto de interés se puso en tela
de juicio y finalmente desapareció de forma natural, aunque durante los
primeros pasos de los energo-bancos se ofrecieron suculentos intereses
energéticos por depositar grandes cantidades de energía en sus “cuentas”, a pesar
de que no tenía sentido alguno ofrecer energía como incentivo por el mero hecho
de almacenarla, pero resultaba difícil deshacerse del sistema tradicional.
Otro
de los puntos más interesantes del informe final vinculaba las variaciones
energéticas que se podrían producir en distintos procesos, por el mero hecho de
existir una diferente localización o circunstancias variables en ellos, con el
mercado en sí. Se recurrió a una muestra muy sencilla para ejemplificar la
cuestión: la producción de un tomate no puede costar lo mismo, energéticamente
hablando, en un lugar con las condiciones climatológicas adecuadas que en un
desierto. Este hecho evidente en sí no quitaba que fuese necesario el consumo
del tomate tanto en un sitio como en otro. Esta cuestión que quiso, por ciertos
sectores contrarios a la energonomía, ensalzarse como gran impedimento para el
cambio de sistema, cayó por su propio peso, cuando se contrapuso a la situación
económica preexistente, donde esas necesidades también existían. Lo que quiso
venderse como un elemento que impediría la consolidación del nuevo sistema, se
convirtió en una de las circunstancias más favorables para justificar un nuevo
mercado más justo, en el que se refinarían todos los costes energéticos para
conseguir un consumo socialmente responsable y “barato”, también hablando en términos
energéticos.
El
proceso de implantación del sistema a nivel mundial, como puede deducirse por
lo dicho hasta ahora, no fue fácil, tuvo numerosos y poderosos detractores,
incluso entre los que habían propiciado la revolución que terminó con los sistemas
previos y que querían establecer el mismo sistema, pero sometido a unos
mecanismos de control exhaustivos. Finalmente, solo hubo que tirar de historia
para convencer de que únicamente un cambio radical podía producir un cambio
radical. Fue el movimiento denominado “un cambio para el cambio” el que más
presión ejerció para, tras el período de ensayo, fijar unos plazos de
implantación de la energonomía a nivel mundial.
Recientes
estudios vienen demostrando que el proceso se está consolidando a pasos agigantados,
con dificultades, claro está, pero siempre de manera firme y constante. A lo
largo de los siguientes capítulos se irán analizando en profundidad los
aspectos más importantes de la trasformación procurando que el lector tenga
siempre la suficiente información, obtenida científicamente, para poder
realizar sus propias evaluaciones.
El
profesor cerró el libro sonriente. Miró la contraportada y vio su foto, ahí
aparecía con el pelo totalmente negro, ahora el color de las canas era el predominante.
Había leído esa introducción en innumerables ocasiones, pero siempre le
resultaba interesante y, sobre todo, nunca había tenido la posibilidad de
hacerlo en el vestíbulo de su universidad, sentado, escuchando a los alumnos
correr por los pasillos de aula en aula comentando los últimos exámenes. Miró
el reloj y comprobó que se estaba haciendo tarde, su siguiente clase empezaría
en breve y tenía que dirigirse a su despacho a recoger unos ejercicios que iba
a mandar a sus alumnos de tercero de Energonomía.
Mérida
a 3 de agosto de 2012.
Muy acertado. Hablaremos si te interesa intervenir en un programa de radio para contarlo en otro formato. Un cordial saludo, Publio (ABA Mérida: www.abamerida.org)
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