El silencio.


Dicen que fue aquí donde se inventó el silencio. Fueron los dioses quienes concedieron ese regalo a los hombres a cambio de la música, pero solo aquí se les permitía poseerlo y cuenta la leyenda que quien escucha el eco del silencio, halla la paz y vive eternamente.

Pidieron los dioses a los hombres paz después de la guerra, pero estos no supieron qué hacer. Aterrados porque temían perder todo aquello que habían logrado con tanta sangre derramada y mucho sufrimiento eligieron entre todos a unos pocos y les pidieron que fueran a ver al más sabio y viejo de entre ellos y le rogaran ayuda para evitar la ira de los dioses. Llegaron a su jaima y le preguntaron cómo conseguir la paz. El oráculo les pidió que escucharan durante unos instantes. Se sentaron en torno a él, mientras se levantaba pausadamente y derramaba agua hirviendo de un antiguo samovar en un vaso con hierbas, lo tomaba con delicadeza y volvía para sentarse en el centro y comenzar a tomar la infusión, al tiempo que fumaba de su narguile. Algunos hombres, sintiéndose ofendidos al no haber sido ofrecidos, se marcharon, otros, sin embargo, permanecieron observando. El sabio comenzó a hablar. De su garganta salían sonidos guturales sin sentido para los que allí estaban, pero con los que el sabio, desde hacía mucho tiempo, rezaba a los dioses. Algunos de los hombres que quedaban se marcharon pensando que el sabio se había vuelto loco. Solo unos pocos permanecieron y el sabio se levantó nuevamente para hornear pan y esperar luego sentado mientras se iba cociendo. Aquellos que quedaban, marcharon, impotentes unos, indignados otros, dejando solo y afligido al sabio con su té y su pan.

¿Cómo podrán los hombres lograr la paz si no esperan a que el sediento calme su sed, si no entienden las palabras que dicen los dioses y ni siquiera tienen la paciencia suficiente para que el pan se hornee y acompañarme a la mesa? Entonces, apesadumbrado, pero piadoso, decidió subir a la montaña más alta del desierto para ofrecer a los dioses un sacrificio por los hombres. Sentado en la cumbre comenzó a tocar un instrumento que él mismo había creado, el rabab. Los dioses, apiadándose de él tras varios días de sol, viento y noches heladas, decidieron escucharle.

- Oh, dioses, habéis pedido a los hombres con vuestra infinita sabiduría que hagan la paz, pero ellos, desdichados e indignos de vuestra piedad no han sabido cómo hacerlo y la sangre sigue derramándose por la tierra. Vengo a pediros por ellos y a ofreceros un sacrificio para que se la concedáis.

-No es a ti a quien le hemos pedido la paz, hartos como estamos de oír los gritos de sufrimiento de las gentes, sino a los hombres. Pero ello están cegados por el odio y no quieren ver el camino para hallarla.

- Perdonad, oh dioses, mi osadía. Os quiero ofrecer los sonidos de mi rabab para que, en vuestra infinita misericordia, les concedáis la paz y puedan vivir felices.

- Sabio -, le contestaron los dioses, - ellos no merecen tu bondad y no podemos concederte ese deseo. Sin embargo, como eres bondadoso y nos es grato tu sacrificio, ve y diles a los hombres que aquí encontrarán el silencio y solo aquellos capaces de escuchar su eco hallarán la paz. A cambio, deberás tocar para nosotros durante cuarenta días con sus cuarenta noches ese instrumento que nos traes.

Y durante cuarenta días con sus cuarenta noches el viejo sabio tocó el rabab sin descanso, casi desfallecido y moribundo al final, cumpliendo la petición de los dioses, el cielo se abrió y un rayo de luz tocó la tierra. El viejo, feliz, supo que los dioses cumplirían su palabra. Bajó de la montaña y se dirigió a todas las tribus y las convocó para darles la buena nueva. Muy pocos aparecieron, pues lo tenían por grosero y loco. El sabio entristeció porque sabía que para cumplir la profecía de los dioses todos debían escucharle y cumplir sus palabras, pero aún así no desistió y les contó a los allí presentes lo que los dioses le habían dicho, aunque nadie le creyó. Y el sabio lloró. Dejó su rabab en el suelo y volvió a subir a la montaña para escuchar el eco del silencio y encontrar la paz. Los hombres, por su parte, cogieron el instrumento y aprendieron a tocarlo, pero vivirían eternamente entre guerras y conflictos.






Rubén Cabecera Soriano.

Wadi Rum y Qasr Al Kharana, Marruecos, a 4 y 5 de abril de 2007.

2 comentarios:

  1. Deduzco que estuviste allí. Espero que encontraras la paz.

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    1. Así es... lo de la vida eterna, sin embargo, son palabras mayores.

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