El Grito no escuchado.


El grito. (Fragmento). Edvard Munch, 1893.

Sólo queda la desolación. En las calles las familias, unidos todos sus miembros, los que quedan, con las manos entrelazadas, caminan sin rumbo, sin destino, hambrientos, cubiertos por harapos sucios y mugrientos. Malolientes cuerpos, tullidos unos, moribundos otros. Las miradas caídas atisban no más allá del siguiente paso, si aún quedan fuerzas para darlo. Algunos gritan, piden auxilio, socorro, pero su voz no es oída. A nadie le interesa el sufrimiento de los demás, sobre todo si pueden esconderse tras el mullido colchón del dinero y el poder que les impide vislumbrar la realidad, pero no porque no la vean y no porque no la oigan, sino porque no quieren verla ni oírla. Resulta trascendental para ellos atender débitos comprometidos con quienes, desde la usura, permitieron empobrecernos, paradoja incomprensible que la riqueza empobrezca, pero esa ganancia es abuso y sólo con el miedo se acalla.

La gente grita cuando ya no puede más, aunque es un alarido sordo que no perturba los sentidos de los políticos que, inmunizados, apenas entienden lo que esas voces piden y si por alguna circunstancia llegasen a oírlos, su reacción es tapárselos o, en ocasiones, sencillamente cierran las bocas de quienes protestan con la amenaza de lo que todavía pueden perder, el miedo al sufrimiento que puede seguir y de hecho seguirá. Es implacable la voracidad del egoísta, tiñe con su rastro de quebranto todo aquello que ofrece signos de prosperidad, pero no lo hace por sí mismo, maneja marionetas sujetas por hilos de acero para los que, si queremos cortar, sólo tenemos tijeras de papel que ellos mismos nos dieron como parte del engaño.

La gente grita cuando lo ha perdido todo, pero llevaba vociferando mucho tiempo y las advertencias fueron desatendidas por los poderosos que prefirieron centrar sus acciones en seguir quitando lo conseguido con tanto sufrimiento usando malas artes, con el engaño oculto tras la cortina de la victoria. Poco les importó que empobreciéramos, poco les importó que emigrásemos, poco les importó que sufriéramos las consecuencias de sus ablaciones a la sociedad y nada entendimos, puesto que ellos estaban allí en nuestro nombre para defendernos y lo olvidaron, o nos mintieron, o les forzaron a defender intereses ajenos. En cualquier caso fueron cobardes por no reconocerlo o estúpidos por no darse cuenta o astutos por querer aprovecharse en su futuro beneficio.

La gente grita cuando sus hijos no comen, cuando pierden sus trabajos, cuando sus derechos se eliminan, cuando tienen que pedir limosna para abrigarse, cuando la calle es su morada mientras ven casas vacías y opulencia en los demás y desigualdades cada vez más afiladas y sangrantes. Algunos, pocos, es verdad, vienen de ahí; la situación no les favoreció y sólo en esta nueva pobreza reconocen su anterior miseria y dan gracias a sus familias que prescinden de parte de lo que tienen para compartirlo con ellos. Otros sufren los delirios de grandeza de los que pensaron sin reflexión, sin consenso, sin juicio que debíamos ser más de lo que éramos, que teníamos que tener más que nadie, que la humildad sólo es de pobres y en eso decidieron transformarnos.

La gente grita cuando les roban, pero no puede defenderse si quien lo hace es su custodio y controla el sistema que teóricamente nos protege. Nos encontramos indefensos y chillamos. El asombro y la perplejidad son anticipos de la rabia y el odio y después los aullidos, pero las gargantas desgañitadas enrojecen y sangran por las llagas del amargura, sabiendo que el que tiene que escuchar no lo hace, prefiere dirigir su atención a otros lugares. Se encrespan los ánimos, se alborotan las masas, se revoluciona la sociedad, pero no pasa de ahí, el miedo oprime amenazante, martillo alzado, sin gran violencia, pero con represalias.

La gente grita ya está bien, y a pesar de ello sigue luchando en la miseria, buscando cómo hallar una solución a sus problemas, escudriñando en su interior el más mínimo atisbo de esperanza y procurándose un tope al continuo desgaste por el castigo deprimente al que nuestros cerebros se ven sometidos metódicamente, sin razón, sin motivo aparente, al menos que nosotros conozcamos, al menos que nos hayan querido decir, más allá de que debemos pagar nuestras deudas, unas deudas que nadie nos preguntó si queríamos contraer y que nadie se dignó a aclarar, pero que estaremos pagando durante varias generaciones; ¿para qué?, para darnos cuenta de que sencillamente nos han hecho más pobres y que esa supuesta riqueza que nos permitía utilizar servicios que nadie quería más allá de megalómanos dirigentes, no sirvió para nada, excepto hacer más ricos a unos pocos y mucho más pobres a los demás.

La gente grita como ya lo hizo anteriormente, y antes, y mucho antes de eso. La gente grita porque no puede hacer otra cosa y algunos, sólo algunos, compran ese grito para silenciarlo colgándolo en sus paredes como un trofeo que sólo ellos se pueden permitir.


Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 5 de mayo de 2012.

4 comentarios:

  1. Si el grito es consecuencia de la mala gestion (por llamarlo de alguna manera) de los politicos y estos los colocamos nosotros...quein es realmente el culpable? Seamos justos. Todos sabemos lo que han sido, lo que son y lo que seran los politicos y todos sabemos que en democracia nosotros, el pueblo, los elegimos. Por tanto, la culpa es nuestra. Mas de la mitad, bastante mas, les vota. Por que? cada uno tendra sus razones, pero lo hacen. Y con ello les damos mas poder para hacer lo que hacen. Cambiamos el sistema politico? cambiamos a los politicos? venga, da una solucion y tendras mi apoyo. Y te dire algo mas, no todo el grito deberia ser consecuencia de los politicos, que tambien. Quizas deberiamos mirarnos mas el ombligo cada uno de nosotroso a nosotros mismos.
    Un saludo Ruben.
    Francisco Caro.

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  2. El grito es consecuencia de la injusticia. Seamos justos. Si el 60% de la riqueza mundial la tiene menos del 1% de la población, resolver esto es muy fácil, inviértase la proporción. Qué, cómo, que lo que digo es demagogia o tal vez utopía. No, perdona, tú pides una solución y yo la doy, si no me permiten llegar a ella de manera inmediata lucharé desde donde crea que puedo hacer algo, tú pides que me mire el ombligo, pero cuando lo hago, veo el reflejo de quienes han robado, desfalcado, enriquecido ilícitamente, utilizando para ello leyes por ellos mismos redactadas para protegerse.

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  3. Es evidente que ningún "cagao se huele". Los políticos son una "Casta" superior al resto de los mortales. El mero hecho de darles un voto no les da ningún derecho a sentirse inmunes y realizar lo que les venga en gana. El grito es nombrar a un gestor para Bancáncer y un año después irse de rositas, perdón, con DOS MILLONES DE EUROS de indemnización, dejando ahí el paquete (lo pagaremos todos, tanto los de Bancáncer, los de Bancomo, Bancago y Banhostias). El gobierno con sus votos, emnados del pueblo, impide una comisión de investigación de Bancáncer, Por Qué?, algo esconden. Estoy con Rubén, la solución es invertir la pirámide del consumo energético, alimenticio, de explotación de los recursos, en definitiva de la riqueza. pelearé con mis armas, mi palabra y mi inteligencia. Un saludo ambos. Alonso Flores. Por cierto ya no me queda ombligo que mirarme, lo he tenido que hipotecar.

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