Amor en rutina.


Ese silencio resulta familiar. Todo está en su sitio. Las cortinas casi echadas, dejando pasar apenas los tenues rayos de sol y abriendo un pequeño marco para vislumbrar el paisaje al fondo, lejano, desdibujado a través de la celosía que les protege.  El sol de poniente escondiéndose tras la montaña y reflejando su último brillo, casi como un estertor,  sobre las aguas cristalinas del río, la hierba húmeda con su particular olor a tierra mojada tras las últimas gotas de lluvia de la cálida tormenta estival. Un gato maúlla y un perro ladra, pero sólo se escucha el silencio del amor recorriendo cada esquina, cada rincón. Libros sobre la mesa, desordenados, sólo alguna sutil y respetuosa marca de lápiz sobre ellos; algunos abiertos, otros doblados por la mitad con los cajos de los lomos desgastados por el uso; la silla girada. Una lámpara encendida al lado de un sofá de cuero negro con una manta de lana mal doblada y tirada junto a un cuaderno garabateado. Todo vacío. En el suelo cálido se pueden intuir aún las marcas de los pies descalzos: amplio caminar, impaciente, con tropiezos; algunas huellas tercas en su impulso, otras ligeras, pero firmes. Puertas entreabiertas, luces apagadas, la ternura no necesita claridad para ver. Calmo respirar, pausado, tranquilo, apaciguado; atrás quedó el entrecortado jadeo, siempre se llega tarde cuando el amor tiene prisa. Descansan los cuerpos, imaginan las mentes. Las manos se mantienen entrelazadas, no todo terminó con el placer. El sudor secó y la inconsciencia del sueño quiere apoderase de ambos, cuando lejos, aunque cerca, un llanto reanima el amor.

El amanecer de la pasión surgió tiempo atrás, pero nunca desapareció, cambió, se amoldó, sufrió, creció y permanece. Entretanto apareció el amor como un extraño indeciso en el umbral de una casa, no sabiendo si entrar o repetir la llamada a la puerta, esperando una invitación o curioseando a través del ojo de la cerradura. Ambos le ofrecieron pasar y ese atrevimiento lo transformó todo. Así debe ser, de lo contrario no sería, y este juego de obviedades con que las palabras nos quieren confundir cobra sentido por el holismo que son desde que su unión es, y para ello, los reflejos del cariño mezclaron sus respectivas singularidades en una maravillosa amalgama de virtudes y rarezas que aviva con su calor la vida que decidieron compartir, diferente a la que cada cual por derecho propio poseería, pero que siguen teniendo, disculpen la paradoja, junto al otro, aunque renunciando a saber lo que habría acontecido si a ese vacilante e inseguro amor no se le hubiese procurado la entrada.

Lo difícil no se hace fácil con el amor, es necesario pelear, luchar, creer, saber que el esfuerzo siempre merecerá la pena, porque no es tal, no hay pena, sólo dicha, aunque hay que trabajar para conseguirla, quererla de verdad, hay que desear amar y no siempre es sencillo. Resulta fácil dejarse llevar por la inercia, acostumbrarse, pero incluso en esa rutina está también el amor, sólo hay que saber encontrarlo, cuidarlo, conservarlo, alimentarlo y enriquecerlo. Ese sólo asesino y mentiroso tan difícil de hallar, tan oscuro a veces, inexpresivo otras tantas y doloroso en la mayoría, ese sólo que encallece el corazón, que abandona cuando necesitas y se presenta sin deseo. Ese sólo apabulla, pero es así, sólo así.

Que nadie piense que todo está hecho, que nadie piense que hallaron la solución, que nadie se atreva. Es largo el camino y muchas las piedras que salvar, habrá lágrimas y gritos, dolor y desencuentro, decepción y tal vez odio, pero siempre se tendrán y aunque esto pueda parecer incomprensible ese será el mayor sacrificio, el compartirse el uno con el otro, porque eso hace que el uno apenas sea y el otro tampoco, pero recuerden que nunca dejarán de ser, e incluso cuando parezca que nada queda, ellos estarán y ese será su amor, su ellos. Esa entrega deshace el egoísmo que nos pervierte, no es un soy sino un somos, aunque con la convicción de que no renuncian a ellos, sino que se completan y esa será la mayor fuente de su amor, ellos mismos.




Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 2 de abril de 2012.

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