Querido señor presidente.
Mi nombre es Juan Olvidado, trabajo en su país –no sé durante cuánto
tiempo-, en mi país, por tanto considero que tengo todo el derecho a
escribirle, pero más aún, usted tiene la obligación de leerme.
Quisiera aprovechar estas líneas para agradecerle su labor como
presidente y al mismo tiempo hacerle, si no le importa a usted, algunas
peticiones.
No es mi intención abusar de su confianza, ni robarle más tiempo del
necesario, ya que su agenda debe ser muy apretada, pero deseo que pueda
completar la lectura de este escrito, tal vez en alguno de sus desplazamientos,
aunque bien visto es lo mínimo que puede hacer ya que no deja usted de ser un
empleado mío, téngalo presente.
Para que pueda usted entender bien lo que le quiero decir deberé
utilizar en mi lenguaje recursos parecidos a los que usted y los suyos, los
políticos, dominan con soltura y suelen usar en sus conversaciones,
discusiones, conferencias o en arengas a su gente, a saber, demagogia, sarcasmo
y socarronería, con veladas pinceladas de falta de respeto, muy sutiles dicho
sea de paso.
Permítame que comience con los reconocimientos, siempre resultan satisfactorios.
Quisiera agradecerle que no me cuente nada, que tanto yo como mis conciudadanos,
gracias a sus continuas sorpresas en forma de reformas, incrementos de
impuestos y acuerdos con los dignatarios europeos de postín, no hayamos perdido
nuestra capacidad de asombro. Así, todo resulta mucho más fácil, evitamos la
angustia y el sufrimiento que de otra forma tendríamos que soportar para
afrontar medidas que, no me llame mal pensado, si hubiesen sido anunciadas con
antelación, tal vez, sólo tal vez, no le hubiesen llevado al poder. Siempre
podrá argumentar, y de hecho lo hace, que todo es una herencia consecuencia de
los gestores anteriores. En estas circunstancias no me cabe más que confesar
que esa cobardía, acusar a los que ya no están, resulta de una inquina
desagradable, aunque no me sorprende pues es lo mismo que ellos hicieron, pero
sí que debo decirle que si la culpa es de los otros, deberían ustedes hacer
algo, porque, no sé si lo sabrá, pero ellos, los otros, volverán al poder,
antes o después y, si mintieron, robaron o malversaron y ustedes tienen las
pruebas de ello, lo mínimo que deberían hacer es denunciarlo. Ah, se me olvidaba,
quería aclararle que en realidad ustedes son iguales a ellos, no se diferencian
en nada, si acaso matices, con lo que dé usted por hecho que me merecen idénticas
opiniones y ya intuirá que no son muy buenas; actúan con la impunidad que les
da la elección sin considerar en nombre de quienes gobiernan y qué les permite
hacerlo. Es injusto generalizar, lo sé, no todos son malos –para ustedes
especialmente los otros-, pero recuerde, no todos son buenos –para ustedes
especialmente los suyos-, y como ya le advertí al inicio, utilizo sus mismas
técnicas de comunicación, así pues mis oídos y los de la presidencia deben
estar ya acostumbrados a recibir, y las bocas a emitir, este tipo de mensajes.
No se sorprenderá consecuentemente de que le diga que no soy fan suyo, pero
sírvale de consuelo que tampoco lo soy del otro.
Vaya aquí una reflexión, dicen las estadísticas que muchas empresas
han caído, posiblemente alguna de ellas consecuencia de la codicia de sus
dirigentes, pero otras muchas, la mayoría, por los impagos sistemáticos de las
administraciones y de otras empresas grandes que, sencillamente deciden dejar
de pagar y echar a trabajadores por el mero hecho de no tener beneficios.
Hablar de empresas caídas me parece una falta de respeto, ¿debo acaso
recordarle que son personas, trabajadores en su mayoría, quienes las componen?,
¿debo recordarle pues que son en realidad los trabajadores quienes caen? En
fin, ajustes de la economía los llaman ustedes. El caso es que me maravilla el
hecho de que ningún partido político haya decidido despedir por motivos
económicos a alguno de sus miembros y esta es una situación realmente extraordinaria
en momentos de, permítame el incisivo comentario, crecimiento negativo, ya que
si el motivo es la magnífica gestión que hacen de los mismos, le pediría, le
rogaría encarecidamente que utilizase esos mecanismos en el gobierno del país.
No puede ser que unos gestores sean tan buenos con su organización y tan malos
con sus gobernados. Tal vez es solidaridad entre compañeros, o puede que sea que
el sostén de los partidos se antepone al de los trabajadores, salvando, claro
está, la cuestión cuantitativa, pero mire, ¿y si todos nos hiciésemos
políticos?, parece que se trata de un trabajo fijo, con futuro y con buenas
expectativas de ascenso; no lo diga muy alto, pero me da la sensación de que no
sería sostenible un país-todo-políticos, ¿verdad?,
además ¿cuál es el precio a pagar para ser político?, ¿renunciar a la
integridad?, ¿perder la ética personal?, ¿olvidar los valores?
Es ahora el momento de las advertencias, le aclaro, no se lo tome usted como una amenaza, pero cabría la posibilidad de que acogiéndome a la nueva reforma laboral, le despidiese. Me explico, sin haberla leído en profundidad y sin ser experto en la materia, para eso ya están usted y su equipo, parece desprenderse que será algo más fácil despedir injustificadamente, huy, disculpe, no quise decir esa palabra; al menos sí, me permitirá indicar, que la carga de la prueba recae ahora en el trabajador con lo que, y retomo la cuestión, tal vez podría despedirle si no se detectan mejoras en su gestión del país o a alguno de los suyos si, en mi personalísima opinión, no está haciendo bien su trabajo. Se trata de eso, ¿no?, de tener una ley que permita la mejora y facilite la nueva contratación, bueno, pues me acogería sin duda a ella y la aplicaría gustosa y creo que en este caso de forma más que justificada. No me vaya usted a decir ahora que tienen un fuero diferente o que sus derechos no son idénticos a los de los demás ciudadanos, eso no sería del todo justo, ¿verdad?, entenderá que esa circunstancia, de ser así, evidenciaría sobradamente su despido. No se lo tome a mal, pero recuerde que soy su jefe y como yo, varios millones de ciudadanos más y es a nosotros a quien tiene que rendir cuentas, a nadie más, óigalo bien, a nadie más.
Es ahora el momento de las advertencias, le aclaro, no se lo tome usted como una amenaza, pero cabría la posibilidad de que acogiéndome a la nueva reforma laboral, le despidiese. Me explico, sin haberla leído en profundidad y sin ser experto en la materia, para eso ya están usted y su equipo, parece desprenderse que será algo más fácil despedir injustificadamente, huy, disculpe, no quise decir esa palabra; al menos sí, me permitirá indicar, que la carga de la prueba recae ahora en el trabajador con lo que, y retomo la cuestión, tal vez podría despedirle si no se detectan mejoras en su gestión del país o a alguno de los suyos si, en mi personalísima opinión, no está haciendo bien su trabajo. Se trata de eso, ¿no?, de tener una ley que permita la mejora y facilite la nueva contratación, bueno, pues me acogería sin duda a ella y la aplicaría gustosa y creo que en este caso de forma más que justificada. No me vaya usted a decir ahora que tienen un fuero diferente o que sus derechos no son idénticos a los de los demás ciudadanos, eso no sería del todo justo, ¿verdad?, entenderá que esa circunstancia, de ser así, evidenciaría sobradamente su despido. No se lo tome a mal, pero recuerde que soy su jefe y como yo, varios millones de ciudadanos más y es a nosotros a quien tiene que rendir cuentas, a nadie más, óigalo bien, a nadie más.
Claro, claro, dirá que sus acciones están más que argumentadas por la
gran mayoría que obtuvo, pero yo le aclaro que eso justificaría las decisiones
que anunció. Ah, que no dijo nada o casi nada, pues tendremos que tomar medidas
contra usted; ah, que no es tiempo de medidas porque los mercados no las
entenderían. Pues mire usted, tampoco yo entiendo a los mercados, pero sí que
veo cómo gente cercana a mí sufre las consecuencias de la crisis, que no es más
que un invento de los hombres para los pobres. Déjese usted de estupideces y
sea valiente y haga extensible esta orden, que lo es, a los otros, sumemos,
avancemos y dejemos de lado el egoísmo social que nos ha llevado aquí. Ve
usted, este es el momento de las utopías, he caído, he creído, me he emocionado
y he visto una salida, pero todo pasa por el hecho de que realmente la queramos
y dudo, dudo mucho que esto sea así, tan sólo tengo que asomarme a la ventana
de la realidad para darme cuenta de que sigo engañado.
Se despide atentamente,
Juan.
Rubén
Cabecera Soriano.
Mérida a 16 de marzo de 2012.
Los pelos como escarpias....
ResponderEliminarLos pelos como escarpias....
ResponderEliminarCertero, punzante, sincero y transmisor de las ideas que muchos portamos en nuestra sesera humeante y maltrecha por la angustia diaria del autonomo-currante. Muy Bueno Ruben, felicidades.
ResponderEliminarJorge Silva
(Un placer conoceros en persona)
Muy bueno Ruben.Deveríamos despedirlos a todos por mentirosos e incompetentes.
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