Un ángel.


Una vez vi un ángel. ¿Acaso contemplaron mis ojos alguna vez algo más hermoso? Quien habla de lo bello sin haberlo visto desconoce, aunque no miente; pobre infeliz que se queda en lo que todos ven y que no ve lo que realmente es... Y bajé mis ojos para mirar arriba y lo que vieron era precioso, pero esa belleza cegaba, y no era la luz, ni la oscuridad, era la sencillez, la pureza, la bondad y la virtud. Se dice que son invisibles, pero se les reconoce en lo bello y lo bello siempre es visible y mis ojos lo ven; mis ojos lo vieron.

Una vez toqué un ángel. El roce de su piel con la mía insensibilizó mis sentidos y mis yemas ardieron sin quemarse, y el calor, me ruborizó; sentir su piel intáctil casi intangible; rozar. Sólo en ese enlace arde la vida y eso la hace cándida y esperanzadora. El tacto es puro, pero no se siente más que en el interior y el interior no existe, tan sólo es. También su mano me tocó, pero yo no sentí el contacto; sentí el amor que desprendía. Y acaricié su cuerpo, no sabría decir si su piel era suave, aunque mis sentidos decían que lo era; no sabría decir si sus labios eran dulces, aunque mi boca decía que lo era; no sabría decir si su pelo era fino, pero entre mis dedos lo era. No tocaban mis manos, eran las suyas en las mías las que dirigían mis movimientos aunque yo estaba quieto. No es el cuerpo el que se mueve, no es el cuerpo el que toca, ni la mente la que entiende si sólo hay belleza.

Una vez le hablé a un ángel. Su voz inaudible colmó de dulzura mis oídos. Duerme,  decía y ni una brisa de viento se levantó, pues de su boca el aire no surgía, pero dormí. No fue fácil hablarle, pues su respuesta siempre era el silencio, música en mi corazón, colme para mi alma.

Una vez conocí a un ángel. Joven era, pues nunca envejecen, sólo viven mientras viven y su vida es corta si en tiempo la medimos, pero larga en el reloj del corazón. No entendemos nosotros los humanos cómo sin alas se enfrentan a este mundo, y es que su arma es la belleza, aquella que nosotros no vemos, ni tocamos, ni oímos. Nadie puede, nadie decide, nadie otorga ese milagro, ese encuentro, sólo el más azaroso de los azares, tan sólo la más afortunada de las fortunas es capaz de ofrecerlo y nosotros, ¡ay de nosotros!, ciegos, insensibles y sordos, no percibimos esa oportunidad. La belleza existe, tan sólo tenemos que verla, tocarla, oírla.

Una vez un ángel murió en mis brazos. Yo ya estaba muerto, ¿quién puede vivir si no es eternamente?; la flor marchita es hermosa, pero ya no vive y la vida es más bella aún en cuanto que todo de vida tiene. Una lágrima humedecía su rostro y resbalaba por su mejilla, pero no fueron sus ojos el origen de las gotas; mi ángel estaba muerto. Fueron los míos, pues en mis brazos descansaba, aunque mis ojos, ya muerto, lloraban. Un ángel muere, porque en esta vida no es feliz, en esta vida no ve la belleza, en esta vida su corazón estalla de dolor, y mi ángel ve, toca y oye, pobre él, que no puede evitarlo, no encuentra, aunque sabe, la belleza. Y porque él muere, yo muero que vi, que toqué y que oí la belleza, pero el ángel murió. Tan sólo un recuerdo queda, ¿en manos de quién?, pues nadie más lo compartió. Tan sólo un suspiro en una oscura noche; que las de luna llena se parecen más al día. Quizá una flor en un acantilado rocoso, quizá un árbol frondoso en el más árido desierto, quizá una mariposa de todos los colores imaginables, quizá el reflejo del arco iris en un lago cristalino, quizá un ave poderosa surcando un cielo completamente azul, quizá la cara de una niña sonriendo en brazos de su padre, quizá un prado verde infinito con el horizonte inalcanzable allá a lo lejos, quizá la tenue luz colándose entre las tablillas de una antigua persiana de madera y formando halos en una oscura y calurosa habitación, quizá la suave brisa marina, quizá el velero con su pescador de manos callosas recogiendo las redes con sus pescados, quizá el niño en la playa jugando con la arena, quizá los amantes dolidos por los celos desconfiados, quizá un dócil potrillo amamantado por su madre, quizá las profundas arrugas en la curtida piel de un hombre envejecido por el tiempo, quizá las manos temblorosas de una señora mayor sentada en una silla de mimbre. Nunca nadie verá, tocará u oirá esa belleza, porque esa belleza murió. Si puede el corazón desgarrarse de dolor, si puede el alma quebrarse en mil pedazos por el sufrimiento, si puede la mente enloquecer de pena, es porque el dolor, el sufrimiento y la pena existen en verdad. Nadie los quiere y nadie los desea, pero están, es nuestra condición humana la que nos hace convivir con la desgracia, y en esa desgracia encontramos la fuerza para seguir. Pero un ángel no es humano y no tiene esa fuerza, ese desgraciado poder que nos hace diferentes, aunque no superiores, y un ángel muere y yo muero, y un ángel muere y yo muero, y un ángel muere y yo muero.

Una vez sentí un ángel. Su vida llenó la mía, me dejó verle, me dejó tocarle, me dejó hablarle, me dejó conocerle y me prometió que no moriría, y le creí.




Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 09 de febrero de 2012.

2 comentarios:

  1. Un ángel En Cabecera. Lo prometido es deuda, un texto que no habla de la realidad, un texto con pinceladas de surrealismo, pero hermoso (deseo), un paréntesis en el día a día, un descanso para todos.

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    1. Mari Carmen Serrano11 de febrero de 2012, 19:23

      ...quizá la intensidad de unas palabras no estudiadas que salen a borbotones de una mente sensible y sensibilizada...quizá el sentimiento que se experimenta al leer lo que hay dentro de otro...quizá darte cuenta de que el concepto de hermosura es igual para todos,sencillamente por eso, porque el concepto, la esencia primitiva de las cosas no es sensible a las apreciaciones del observador...quizá por todo eso:"Si"...hermoso tu parentesis en el día a día.Gracias

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