Carta a los Reyes...


Queridos Reyes, supongo que comenzar mi carta como lo voy a hacer no debe ser lo habitual para vuestras concienzudas y atentas lecturas; imagino que vuestra lucha más frecuente será contra la ortografía, la legibilidad y, en ocasiones, el rebuscado sentido de cada párrafo, pero creo que en mi caso debo abordar esta carta pidiéndoos disculpas, que no son, como de otra parte sospecho que en ciertas ocasiones -aunque siempre excusadas-, os contarán, consecuencia de malos comportamientos, desobediencias, faltas de respeto o promesas incumplidas. No busco con esto en absoluto justificarme ni eximir mi responsabilidad para terminar pidiendo lo que espero de vosotros de todo corazón y que sé positivamente no podréis negarme. Mis disculpas son por omitir de vuestro título honorífico el calificativo de Magos. Ha sido un acto totalmente consciente y deliberado, pero no por ello desdeñable que, sin embargo, quiero explicar en mi defensa, sin miedo a represalias que sin duda nunca llegarán, sino más bien por amor propio y algo de autocomplacencia.

Siempre he creído en vosotros porque, tras vuestras coronas, vuestros regalos y vuestro largo viaje, encontré ilusión, amor y esperanza. Este año se repetirá vuestra llegada y como siempre los niños os recibirán entre sus sueños con inquietud e incertidumbre por saber si sus misivas os llegaron a tiempo, las pudisteis leer y cumplisteis sus deseos. Las mañanas amanecerán en cada casa antes de lo habitual pese a ser festivo porque las camas no logran sujetarnos cuando fuera de ellas nos espera la sorpresa. 

No será ésta, sin embargo, la primera ocasión en la que no llegue a algún hogar vuestra magia. Tal vez este año el número de niños que no vean sus deseos hechos realidad sea mayor que otros, pero no sería justo hacer que vuestra condición desapareciese por ese motivo. Entiendo las limitaciones de ese don.

Tampoco caeré en la demagógica acusación de haceros responsables de la coyuntura actual y del siempre recurrente argumento a utilizar si no hacéis cumplir los deseos habituales, que siempre son pedidos por algún generoso ser humano, de paz, amor y abundancia en la tierra y entre los hombres. Solidaria responsabilidad tendrían que compartir con vosotros en ese caso dioses y santos.

Y es que, inclusive tras esas dolorosas ausencias que seguro vosotros sufrís igual que muchas familias que no recibirán sus regalos, seguirá existiendo, curiosamente, la ilusión, el deseo de ver cumplido el deseo, la esperanza de que lo soñado se convierta en realidad, a pesar de ser conscientes de que no es posible, y ese sentimiento, casi contra natura, es magia, vuestra magia. Incluso la amargura que la frustrante realidad nos descubre al desengañarnos por la mañana forma parte de vuestra misión, es innegable.

Eliminé de vuestro nombre el título de Magos por miedo. Sí, el maldito miedo, ese miedo que no soporto en mí, que me impide hacer lo que realmente quiero y me constriñe cuando pretendo desembarazarme de lo que inútilmente me ata a lo material y me separa de lo realmente importante e imprescindible, de lo espiritual. Es un miedo atroz, un miedo que impide desprendernos de lo que conscientemente nos sobra, pero que envidiamos sistemáticamente al no poseer. Es el egoísmo vital que nos hace desear para nosotros lo bueno si a cambio alguien sufre porque, de algún modo, somos conscientes de que nuestra mayor riqueza sólo puede producir pobreza. Es el miedo a la actitud egoísta de los demás y a la mía propia lo que me ha forzado a dejaros sin ese don, al menos en mi carta, y lo he hecho precisamente para no caer en la tentación de pedir para mí; de solicitar un milagro que resuelva mis problemas; un acto quimérico inexplicable que solucione mi situación de desencanto y frustración ante lo que acontece haciéndome olvidar que formo parte de un todo mayor, de una sociedad que espera algo de mí porque yo ya tomé algo de ella; una lotería que remedie de un plumazo mi inestabilidad, mi desconfianza, mi desasosiego y desencanto con lo que me rodea. No deseo esa magia y os la quité para evitarme la pretensión de recurrir a ella y tener que afrontar las consecuencias de su cumplimiento. No quiero ese regalo. No quiero ese deseo. Creo en el hombre por encima del individuo y sé que entre los primeros solventaremos las dificultades que crea cada segundo. No quiero esa magia y sin embargo os pido esperanza, os pido ilusión, os pido amor. Os pido lo que sois.

Juan Olvidado




Rubén Cabecera Soriano.


Mérida a 5 de enero de 2012.

3 comentarios:

  1. Mari Carmen Serrano5 de enero de 2012, 11:00

    ...son y seguirán siendo Magos porque solo ellos son capaces de conseguir que millones de personas,aunque solo sea por unos minutos-que es lo que tarda un niño en abrir sus regalos-olviden la situación de desesperanza, miedo y olvido en el que se encuentran...y poco importará en ese momento el valor de lo regalado pues la sonrisa de la ilusión, de la sorpresa, jamás tuvo precio.
    ...Y Juan Olvido, y todos los olvidados,por un instante y aun sin ser muy conscientes, experimentarán tambien el valor de lo que no pasa por caja, de lo verdaderamente esencial, de lo importante.
    Para todos ellos, para todos nosotros:FELICES Y FUGACES REYES MAGOS

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  2. Efectivamente, Juan Olvidado no quiere su Magia para pedir para él una solución, quiere su Magia para la esperanza, para la ilusión y para el amor. El resto lo podemos resolver con eso que nos dan...

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  3. Que Juan Olvidado obtenga lo que ha solicitado. Así sí serían Felices Reyes.

    Juan A. Ortiz

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