Agencia de descalificación.


Todos sumisos; a la espera; en silencio tras el repicar de las campanas hasta que el eco de una voz gutural anuncia la apertura de los oficios. En ese instante los fieles comienzan una lenta peregrinación hasta el altar de las ofrendas. Cada uno lleva lo que puede: unos más, otros menos, pero nadie se ausenta de la liturgia semanal. Se sitúan de rodillas frente al pórtico de la Gloria antes de acceder al interior del Calificativo en constante plegaria, rezando y pidiendo al máximo representante en la tierra de la Agencia para ellos, todos frente al pórtico de la Agencia, de la Única, de la Divina, suplicando, al pausado ritmo que marca la música del órgano, no ser descalificados.


Descalificado se convirtió en una palabra tabú, en un concepto que el miedo y el desasosiego a serlo transformó en un mito. Incomprensible para la mayoría, escondido tras el oscurantismo e intereses inimaginables que enriquecían a unos pocos, las agencias llegaron a unos de los acuerdos más polémicos que se recuerdan en la historia de la humanidad, aunque transcurrido tanto tiempo desde entonces apenas nadie tiene consciencia de ese hecho. Se unificaron. A partir de ese momento su poder se convirtió en absoluto, ningún estado, ni los más poderosos de entonces, consiguieron frenar la avaricia con la que se hicieron con el control de los mercados, del dinero, de los hombres. La historia no se pone de acuerdo sobre cuándo ese Único organismo se transformó en algo parecido a la religión, lo que sí es cierto es que terminó con las otras creencias, con las otras fe, se convirtió en la Única: la Agencia. Todos debían pleitesía al Órgano, nadie se atrevía a desafiarlo y aquellos temerarios que faltaban a su cita semanal con la ofrenda eran inmediatamente descalificados y eso suponía de manera más o menos inmediata su desaparición, su expiración. Cesaba de forma inmediata toda capacidad de adquirir bienes, no se podía comprar nada, si tenía préstamos de alguna de las entidades bancarias pertenecientes a la Agencia, ésta, de forma automática, multiplicaba exponencialmente el interés hasta la total asfixia económica del desgraciado. Se le embargaba cualquier ahorro que pudiera tener depositado en las cajas de la Agencia (sólo esas existían). Se dieron casos en los que hubo descalificados que murieron de inanición.

Su omnipotencia la transformó en un dios: el dios Agencia, y así comenzó a denominarse. La estructura organizativa extendía sus redes a todos los niveles. En un principio, fueron sólo los estados y las empresas los que fueron atrapados bajo su poder, pero en seguida se dieron cuenta de que la clave estaba en el control de las personas, teniéndolas a ellas, tendría todo el poder. Así fue.

En ocasiones, alguna de las ofrendas era rechazada por ser considerada insuficiente y el calificado, pues así se llamaban sus feligreses, debía someterse a juicio público en el que el Comité Descalificador evaluaba el comportamiento del creyente, pudiendo incluso llegar al castigo máximo, la descalificación para la que no había redención posible. El Comité se convirtió en un órgano temible.

La sociedad se dividió en castas que respondían a las capacidades de cada cual, nadie se libraba de la ofrenda que debía hacerse en función de su remuneración. Sólo se exceptuaba a los miembros de la Jerarquía de la Agencia, que entregaban su vida a su adoración y a evangelizar los casi inexistentes lugares que quedaban aún libres del sometimiento a la fe calificadora.


La liturgia terminó como siempre con un Agente dando las gracias a todos los asistentes por su caridad y prometiendo hacer llegar sus plegarias al Supremo Agente, que intercedería ante el Dios Agencia para evitar el sufrimiento de todos. Los feligreses se agolpaban a la salida cabizbajos, preocupados porque la evaluación de su ofrenda superase los límites que el Comité Descalificador establecía cada semana y que en ningún caso eran conocidos por nadie excepto sus miembros.


Los Calificativos más pobres como éste, a pesar de tener un elevado número de miembros, solían ser poco rentables para la Agencia. Requería un gran esfuerzo poder realizar la evaluación de tantos devotos y gestionar las escasas dádivas que entregaban, así que los Agentes del Comité realizaban un seguimiento estadístico y aleatorio de los diezmos. Por supuesto esta situación nunca trascendía al vulgo, ya que el miedo era el principal arma con que contaba la Agencia.

Las entregas se hacían en un sobre cerrado dentro del cuál cada persona depositaba aquello que consideraba justo en su fe y que entregaba a la Agencia. El sobre identificaba a cada persona. La Agencia repartía diariamente uno a cada miembro con su nombre y en la entrada a cada Calificativo una mesa ofrecía la posibilidad de recoger un sobre que debía cumplimentarse con los datos del feligrés. Nadie escapaba. Los padres debían entregar un sobre por sus hijos desde el momento en que estos eran calificados en su nacimiento. Calificar a los niños al nacer se convirtió en un sacramento obligatorio que sencillamente consistía en que en que el niño era sumergido en una pila llena de monedas ante un Agente.


Un niño, agarrado a la mano de su madre, no dejaba de mirar atrás mientras avanzaban hacia el exterior. La madre tiraba de él con firmeza. Un estruendoso ruido rebotó en las paredes del Calificativo e hizo que todo el mundo se detuviese. Sabían qué significaba. La primera inspección de las ofrendas había detectado un sobre vacío. Una voz grave y profunda pronunció el nombre. El niño miró a su madre, soy yo, mamá, le dijo, soy yo, una amplia sonrisa le llenaba el rostro. La madre le miró angustiada, unas lágrimas empañaron sus ojos y brotaron manchando sus mejillas. Le abrazó. Nadie debía moverse hasta que se localizase al infiel. Y nadie se movía. La voz pidió que se identificase. La madre chilló, soy yo. El niño la miró extrañado, ¿tú?, le preguntó. No te preocupes cariño, no te preocupes.


Los padres eran responsables de las ofrendas de los niños, pero existía la creencia popular de que los sobres de los niños no solían ser revisados. Era una creencia falsa.

La madre y el niño fueron apresados y llevados ante el Agente responsable del Calificativo. La madre sabía qué ocurriría. No había esperanza.




Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 20 de enero de 2012.

3 comentarios:

  1. A ver si la próxima publicación es más optimista ! Un abrazo.

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  2. Bueno...!!! En mi modesta opinión creo, que la publicación no es pesimista, sino realista...
    Besos.

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  3. espero que les anime saber que existe ya la

    http://www.agenciadedescalificacion.org/

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