Rigoberto el niño que caminaba por las nubes.




Rigoberto es muy especial: camina por las nubes. Bueno, más bien salta de nube en nube, se sube a ellas y le gusta corretear de una a otra. Cuando está subido a una nube mira hacia abajo y saluda a sus padres que, un tanto asustados, devuelven el saludo tímidamente y le piden que baje, que regrese al suelo, que es más seguro. Sus padres no le entienden. Sus amigos tampoco, en realidad, sus amigos no le creen.

Rigoberto todas las mañanas, después de desayunar un buen tazón de leche con tostadas y lavarse la cara y los dientes, va al cole. Va pensando en sus cosas y no devuelve los saludos porque no se da cuenta, aunque es un niño muy cariñoso. «Hola Rigoberto», le dicen algunos y él guarda silencio, es como si no los oyese, en realidad, no los oye porque está muy concentrado mirando las nubes.

Rigoberto no deja de mirar al cielo, va observando las nubes y pensando en cuál se subirá cuando llegue la hora del recreo porque sus compañeros de clase no juegan con él, no le entienden; a él le da un poquito de pena, pero ¿qué otra cosa puede hacer?

Para Rigoberto las nubes son coches, aviones o trenes. A veces también son dragones, caballeros o princesas. Y otras veces son elefantes, cocodrilos o leones. También flores, montañas o ríos. Cada día las nubes son diferentes y a Rigoberto le encanta ver cómo van cambiando y pasan de ser un hermoso gatito a un inmenso árbol.

Cuando está sobre las nubes, Rigoberto, después de saltar de una a otra, se echa para descansar. Entonces se da cuenta de que son muy blanditas. Le encanta estar tumbado sobre ellas. Para él las nubes son como de algodón y le encanta coger trocitos y hacer figuras con sus manos: coches, aviones o trenes; dragones, caballeros o princesas; elefantes, cocodrilos o leones; y también flores, montañas o ríos. Luego las deja sobre la nube y las sopla hasta que se alejan. Entonces ve que las figuras que ha hecho se van transformando en otras. Rigoberto sonríe.

Un día Rigoberto, cuando estaba mirando al cielo, vio una nube gris. Nunca se había subido a una de esas nubes inmensas y oscuras. Esas nubes no tenían forma para Rigoberto, no era capaz de ver en ellas coches, dragones, elefantes o flores, así que no les prestaba mucha atención, pero aquel día, sin saber muy bien por qué, decidió subirse a una. Era muy pequeñita y le resultó muy sencillo subirse, pero entonces el viento comenzó a soplar y soplar, y Rigoberto se alejó mucho de su casa. La nube fue haciéndose más y más grande, y más y más oscura hasta que comenzaron a salir de ella rayos y truenos a la vez, no separados como ocurría cuando contemplaba las tormentas desde la ventana de su habitación, y entonces comenzó a caer mucha agua. Rigoberto se asomaba por los lados de la nube y comprobaba como la lluvia iba empapando la tierra. Cuando miraba hacia arriba veía el sol, pero si miraba hacia abajo, todo era gris y oscuro. Rigoberto estaba encantado, todo le parecía maravilloso y su nube, esa pequeña nube gris, cuando la tormenta acabó, fue transformándose en una nube blanca con forma de coche, dragón, elefante o flor.



Imagen de origen desconocido.


En Plasencia a 9 de septiembre de 2018.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera


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