Las diatribas de Francisco Irreverente. Aporofobia (parte iv y final).




Nadie quiere ser pobre porque odiamos la pobreza, y si uno termina siendo pobre se sentirá odiado, repudiado, incluso temido por la sociedad. La pobreza es un problema que erradicamos en su origen provocando más pobreza en otros para incrementar nuestra riqueza. Esta estable —por cuanto es complicada de cambiar— oscilación —por ser incremental— se da entre personas, sociedades, naciones, etc., es decir, entre cualesquiera elementos susceptibles de amasar dinero para sí sustrayéndolo de forma directa o indirecta de otros elementos susceptibles de perderlo. Obviamente no se trata de un complot urdido por una mente perversa cuya existencia está limitada a unos pocos años de vida y que finalizará cuando esta se escape de su cuerpo; esto es un cuento utópico que nos gusta creer y con el que fantaseamos para evadirnos deseando un mejor futuro, más ecuánime y justo Se trata, más bien, de un problema de equilibrio al que nos llevan los desequilibrios —siempre con la paradoja presente— al que nos empuja el sistema capitalista liberal que se ha impuesto sustentado en el dinero como fundamento de sus principios inventados y creídos por todos nosotros, porque todos somos creyentes, en mayor o menor medida, de esta religión que sincretiza los sistemas desarrollados a lo largo de la historia de la humanidad que permitieron su avance en un único sistema capaz de acabar con sociedades enteras sin violencia aparente o, al menos, sin sangrienta beligerancia en la actualidad. Estos principios formalizados en el siglo xviii y que encontraron justificación filosófica inmediata porque vaticinaban la riqueza individual basada en el trabajo supuso, con redoble de tambor, el cambio definitivo en la manera de pensar occidental que terminaría imponiendo su imperio en todo el mundo y, como suele ocurrir, el que primero llega se lleva el gato al agua. Está tan profundamente arraigada esta forma de entender el mundo en la actualidad que difícilmente podemos abstraernos e intentar hacer una valoración objetiva de la realidad inventada en la que vivimos.

El problema no es el dinero, porque este es muy anterior al capitalismo liberal, de hecho, posiblemente sin esta invención no habría sido posible alcanzar el nivel de desarrollo actual por mucho que gran parte de este se haya producido en los dos últimos siglos con la violenta —por imponente— implementación del sistema capitalista. El problema radica en el concepto de riqueza y, sobre todo, de acumulación de riqueza de unos que conlleva el subsiguiente empobrecimiento de otros. Este afán acumulador es el que ha provocado el ideario liberal capitalista, pero si nos paramos a pensar qué nos aporta la sobredosis de riqueza que queremos sufrir. Seguramente el término sobredosis sea acertado por cuanto esa acumulación de riqueza se convierte casi en una droga que permanentemente queremos tomar, aunque en la mayoría de las ocasiones solo podemos desear. No está prohibido ser rico, pero la atracción que provoca la riqueza la convierte en un objeto de deseo per se y en un medio para obtener otros objetos de deseo que solo son alcanzables si se es rico: «Quiero más porque teniendo más podré poseer más». Lo triste es que quien tiene menos es considerado como inferior, es considerado pobre y no se le quiere, se le rechaza y repudia. Decía Adam Smith —ideario en gran medida de toda esta ficción— que todo ser humano debe poseer un excedente por encima de sus necesidades para poder intercambiarlo y prosperar. Pero en ese «prosperar» se olvidó de considerar las consecuencias que conllevaría la obtención de dicho excedente y la forma en que se produciría dicho intercambio. Seguramente era imprevisible en aquel momento. Seguramente, como ocurre con la mayoría de las invenciones, no existió un mal intrínseco en esa invención, y analizada de forma aislada y objetiva ese mal tampoco es justificable en la actualidad, aunque se puede observar con solo levantar un poco la cabeza y entornar la vista para enfocar a una distancia mayor de dos palmos. Seguramente en el momento en el que decidimos colaborar para no saber hacer nada de forma individual, es decir, cuando decidimos especializarnos para que fabricar un zapato no pudiera hacerlo una sola persona terminamos por condenarnos a una pobreza endémica del sistema que solo unos pocos logran superar a costa de los demás, y es que hay una evidencia irrefutable que demuestra que el capitalismo se limita a repartir una riqueza limitada de forma desigual: odiamos a los pobres y envidiamos a los ricos.

¿Cómo consigue sostenerse este sistema si la riqueza es limitada? El consumo alimenta el sistema para que pueda mantenerse, pero curiosa y desgraciadamente —porque soy un ferviente creyente en ella— es la ciencia y su aplicación tecnológica la que permite elevar el nivel de riqueza para que la balanza siga desequilibrada, aunque vaya periódicamente incrementándose para evitar el colapso. El sistema capitalista se sustenta en la ciencia para que la riqueza aumente cada cierto tiempo y el consumo pueda incrementarse.

Es verdad que teóricamente cualquier persona en este sistema puede ascender a la cúspide de la riqueza, pero es una verdad a medias, llena de falsedades y tópicos, en la que es imposible englobar todos los parámetros reales que forman parte del proceso y que hacen inverosímil ese aforismo. Las dificultades que puede tener un subsahariano nacido en un campo de refugiados para convertirse en rico, por poner un ejemplo, frente a un suizo de familia adinerada son infinitamente mayores si no se produce un cambio sustancial en las condiciones geopolíticas y económicas mundiales. También la proposición inversa —no contemplada de forma directa en el ideario capitalista para no infundir un miedo más que justificado en sus practicantes— es falsa y las posibilidades de que el mismo subsahariano se convierta en un migrante que huye de la pobreza son infinitamente mayores que la del mismo suizo. Por tanto, el sistema condena a la pobreza por razón de raza y nacionalidad a millones de personas. Se trata de un sistema racista y xenófobo, se trata de un sistema que induce aporofobia.


Imagen de origen desconocido.


Mérida 3 de agosto de 2018.
Francisco Irreverente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario