Del silencio.



Es necesario hablar, hay que contar las cosas, callarse no es buena opción. Cuando uno silencia sus pensamientos termina sufriendo, enquista sus sentimientos y, en lo referente al trato con otra persona, supone, casi por definición, un empeoramiento de esa relación.

Ahora bien, comunicarse utilizando palabras no es la única alternativa, ni tan siquiera tiene por qué ser la más clara o la mejor. Hay ocasiones en que las palabras pueden interpretarse de una u otra forma en función de quien las diga, de cómo se digan y de qué digan, también es determinante quién las escucha para que el mensaje sea recibido en un sentido u otro. Cualquier mensaje estará siempre sujeto a interpretación. Eso es un arma peligrosa que debes saber manejar, que hay que controlar. Una de estas alternativas puede ser el silencio, siempre que sea comunicativo —hete aquí la paradoja—. El silencio puede transmitir, puede querer decir algo, el silencio puede estar cargado de palabras, este es un oxímoron —tal vez tengas que buscar el significado de esta palabra— que demuestra la riqueza de nuestro lenguaje. El silencio puede hablarnos de aquello que, a veces, las palabras no son capaces de expresar, pero ten en cuenta que el silencio también está sujeto a ser interpretado, de eso nada ni nadie nos librará y, donde tú puedes ver un mensaje claro, otro puede no oír nada, así que es importante asegurarse de que quien tiene que recibir el mensaje, al menos, sabe que hay un mensaje. Aunque, esto es una nueva y necesaria aclaración, el mensaje puede ser que no hay mensaje. El silencio puede llegar a ser muy doloroso, puede llegar a ser corrosivo e inquietante, puede convertirse en el origen del fin de una relación porque el silencio no impide el pensamiento y del silencio surgen ideas, elucubraciones, conceptos que, tal vez exagerados, tal vez desmedidos, pueden no ser certeros, pueden no tener sentido, pero nadie se molestó en aclarar esa circunstancia porque se prefirió guardar silencio. Ese callarse, ese no mirar huidizo que no surge de la vergüenza, sino de una suerte de rencor amargo, ese es el que jamás debe dominarte. Habla, cuenta, canta si es preciso, o guarda un hermoso silencio compartido, pero no te calles, no dejes que la rabia se imponga a tu voluntad. Si lo piensas bien, en realidad no tiene sentido prescindir de la comunicación porque intermedie un enfado, una rabieta o por irritación. No lo tiene, puesto que si te paras a pensarlo aquello que provocó tu malestar difícilmente podrá resolverse y, en el caso de que sea imposible arreglarlo, también conviene aclararlo para evitar que se enquiste en tu interior, que corrompa tu sentir y termine amargándote. No dejes que esto ocurra, no digo que sea fácil, pero el primer paso, el que abre el sendero de tu reencuentro contigo mismo o con quien proceda es hablar, es comunicarte, es huir del silencio absoluto, de ese que esconde los sentimientos y renuncia al lenguaje como principio básico y característico del sentir de los seres humanos.

Sí, ya sé, todo esto es un lío, efectivamente lo es, pero es primordial que hagas el esfuerzo por descifrarlo, por entenderlo, por desenmarañarlo para enfrentarte, no con garantías, pero, al menos sí con mejores armas —entiende esto en sentido pacifista— al trato con otras personas e incluso contigo mismo. De lo que puedes estar seguro, tal y como te dije antes, es de que el silencio absoluto, el silencio total para con alguien, para contigo mismo, no es bueno. Sí, bueno, en sentido absoluto y por simple que pueda resultar el término. No dejes que te venza el vacío que el silencio provocará en ti, no dejes que ese cuarto oscuro, frío, en el que nunca terminas de encontrar consuelo ni comprensión te encierre y no encuentres la manera de salir, no porque no exista puerta, sino porque niegues la existencia de la misma desde el silencio.

El silencio es la muerte en vida. Imagínate que nadie te habla, imagina que no hablas con nadie, pero que estás rodeado de gente, que nadie de los que se encuentra a tu alrededor te dirige ni tan siquiera una mirada, ¿no resultaría una situación angustiosa?, ¿no terminaría, acaso, tu mente creando una explicación que te defendiese de algo para ti incomprensible? Es seguro que sí y lo haría porque sería incapaz de encontrar explicación justificada a esa falta de comunicación. Terminarías pensando que algo malo has hecho o que algo malo te han hecho y, tal vez, todo se iniciase por un malentendido, por una palabra omitida puntualmente por rabia o por frustración.

Además, ten en cuenta que la gente no es adivina, quienes te rodean no tienen por qué saber qué te pasa, qué es lo que hace que guardes ese inexplicable para ellos —y seguramente también para ti— silencio sepulcral ante el que, interrogado, estoy seguro de que tu respuesta sería un escueto “nada”. Ten por seguro que ese escaso “nada” suena tan grave que la preocupación se instalará en las mentes de quienes más te quieran. No dejes que el silencio te asfixie, te ahogue en tus pensamientos, no permitas que venza tus ganas de vivir, transformándolas en resignación, en impotencia, que no domine tu pensar, que no controle tu ser.

Hazme caso, habla, huye del silencio, eso te ayudará a ser feliz.

  

A mis hijos.

Fotografía: www. meditacionesdeldia.com


Entre Mérida y Londres a 20 y 22 de enero de 2017.

Rubén Cabecera Soriano.

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