Historias de Errante. (Capítulo ix). La puerta estará abierta.


La cena prosiguió en silencio, era el mismo silencio que la antecedió, el silencio cómodo de la comprensión, del entendimiento, en el que las miradas de Serena y Errante se encuentran casual o intencionadamente. Un silencio que les acompañó durante una sobremesa que no parecía tener fin porque ellos no querían que lo tuviese. Sin embargo, el crujir de la madera del suelo del altillo los despertó de su agradable somnolencia, de un sueño con los ojos abiertos en el que solo se veían el uno al otro. Serena se levantó y sin decir nada se disculpó, y sin decir nada le indicó que tenía que ir a ver a su hijo, y sin decir nada le pidió que la esperase hasta que bajase de nuevo. Errante, sin decir nada, respondió que sí. Serena se levantó y subió. Errante esperó a que saliese de la cocina y también se levantó en silencio para recoger los cubiertos que estaban sobre la mesa y sacudir el hule en el fregadero de la cocina. Lo dobló y lo dejó en la encimera. Fregó los platos y los colocó en el escurridor. Serena regresó, miró la mesa recogida y el hule doblado, sonrió, ¿Te apetece algo más?, Errante respondió que no sin decir nada. Serena asintió. Se sentaron nuevamente a la mesa. Voy a preparar un té, dijo Serena. Puso el agua a calentar, sacó un pequeño colador, esperó a que el agua comenzase a hervir, introdujo las hojas de té y esperó a que el agua tomase su sabor. Agarró la taza con las dos manos, aprovechando su calor para caldeárselas. Hacía frío.

Comenzaron a hablar, se contaron sus vidas, otra vez. Algunos detalles se repitieron, otros les sorprendieron. Se contaron cosas que nunca le habían dicho a nadie, cosas que ni tan siquiera ellos mismos se habían atrevido a decirse. Hablaron y hablaron durante horas y a ninguno de los dos se les hizo tarde, pero el tiempo es implacable y los seres humanos debemos responder ante él. Un bostezo de Serena, disimulado como pudo, les hizo entender que ya no eran horas de seguir la charla. Me voy, dijo Errante. No te vayas, respondió Serena sin decir nada. Errante se levantó y se dirigió a la puerta. Puedes quedarte aquí si quieres; Hay sitio. No sobra espacio en esa casa y al que se refiere Serena es el que se encuentra a su lado, en la misma cama, si es que cama es un nombre apropiado para el escaso diván con colchón de lana en el que descansa Serena cada noche. Errante sonríe, Debo marcharme. Nadie te espera; Quédate. Errante duda. Me voy, le repite acercándose tímidamente a la puerta. La entreabre y una ráfaga de viento la empuja pretendiendo abrirla de par en par, pero Errante la sostiene. Podría quedarse toda la noche repitiendo la misma frase si Serena se quedase frente a él repitiéndole que se quedase, pero ambos sonríen tristemente y Errante gira para salir por la puerta. Medio cuerpo fuera, medio cuerpo dentro, pero todo su corazón en la casa, junto a Serena. Extraño comportamiento el de los hombres: huyen sin querer huir y marchan prefiriendo quedarse. Serena le mira antes de que desaparezca, La puerta estará abierta, le dice. Errante asiente con una triste sonrisa y sale.

El camino de regreso se hace eterno para Errante. Serena ya está en la cama, seguramente dormida, posiblemente soñando. A él aún le queda un gran trecho. Una niebla baja apenas si le permite ver un par de pasos por delante. Camina erguido, pero el peso de la vida quiere doblegarle. Se resiste. Prosigue. Es difícil encontrar respuestas, pero, a veces, es más difícil aún determinar las preguntas. Son muchos los pensamientos que recorren la mente de Errante, pero él quiere vaciarse, no quiere pensar en Serena, aunque no puede evitarlo. No quiere recordar cuánto dolor sufrió cuando, en algún momento de su vida, ya casi olvidado, decidió entregarse. Es un sufrimiento para el que no sabe si está preparado. Nadie está preparado para sufrir, lo más que podemos hacer es soportar.

En varias ocasiones Errante se gira, mira hacia atrás. Tiene la vaga esperanza de que Serena haya salido a buscarle. Es la misma esperanza que tenía Serena antes de quedarse dormida. Así, poco a poco, se van alejando en la distancia, en el tiempo, en el amor. Tal vez sea el momento de marchar, piensa Errante. Lo hará sin despedirse como siempre lo hace, aunque normalmente no hay nadie a quien decir adiós. No es algo que le guste, pero no sabe obrar de otra forma. Sin embargo, antes de escapar se encontrará con Serena, ella le preguntará cómo pasó la noche, querrá saber si ya ha desayunado, le invitará, le recordará que prometió arreglar la otra puerta. No ha transcurrido apenas tiempo y ya tienen la sensación de tener muchas cosas en común. Sin saberlo, Serena retiene a Errante. Sin saberlo, Errante se deja retener por Serena.

Fotografía: www.panoramio.com
Mérida a 27 de septiembre de 2014.


Rubén Cabecera Soriano.

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