Mi funeral.



La vida es la velocidad a la que desaparece el pasado y sin embargo nuestra memoria se empeña en procurarnos recuerdos. Creo que ahora mi memoria está fallando, así que debo pedirte un favor. En mi habitación guardo en el tercer cajón de la cómoda una cajita pequeña, seguramente la encontrarás entre los jerséis perfectamente doblados, es de madera, con un sencillo cierre de latón, verás que está muy desgastada; la tengo desde que recuerdo. Ábrela. Dentro encontrarás algunas piedrecitas, creo que no más de tres o cuatro, perdona mi imprecisión. Son muy distintas, incomparables, alguna debe estar desgastada por el tiempo, tal vez incluso tenga algo de polvo y esté descolorida, otra posiblemente brillará incluso en la oscuridad. No te asustes. Sácalas, te cabrán en una mano. Guárdalas bien. La caja puedes dejarla allí mismo, abierta, no importa.

Sí, mi memoria claramente está fallando, no recuerdo si tengo la cara surcada de arrugas y el pelo blanquecino o si mi piel es tersa y mi cabello fuerte, pero corto. Aunque esto, la verdad, tampoco importa demasiado. Debo permanecer con los ojos cerrados, es inevitable, creo que tengo las manos cruzadas sobre el pecho, la izquierda sobre la derecha. No puedo moverlas, tampoco sé si quiero. Fíjate, qué curioso, yo que quería vivir durante tantos y tantos años, ahora me veo aquí, tumbado, inmóvil, poseyendo un imperceptible hilillo de razón que apenas me permite hablarte, pero que ansío sea suficiente para que puedas hacer cumplir un pequeño último deseo.

Nunca hablamos mucho de mi muerte, aunque creo que sabes que quería ser incinerado; sí, por aquello del “polvo eres y en polvo te convertirás” que para mí se trataba más bien de una cortesía con la naturaleza, tal vez desafortunada, más que de un acto de fe, ¿en qué? Como sabes, nunca fui demasiado creyente en lo que a las religiones se refiere, sin embargo mi debilidad eran las personas, las que yo llamaba mis personas, en ellas sí que creía, a pesar de todo, a pesar del dolor, a pesar del sufrimiento, a pesar del amor. Pensarás que soy un tanto inocente, ya sabes que me cuesta mucho mostrar mis sentimientos, ¡están tan escondidos!, algunos casi olvidados, enterrados bajo toneladas de tierra bien compactada por el transcurrir de los años. Ahora toda esa tierra ha desaparecido y ahí están todas las emociones, todas las pasiones, todo el dolor y la pena, todas las alegrías, son lo único que veo nítidamente y todo, absolutamente todo, ha merecido la pena. Créeme, he sido feliz, no me arrepiento de nada, el resultado de la sincera batalla entre mi mente y mi corazón fue el que gobernó mis actos, con muchos errores probablemente, provocando dolor en ocasiones y sufriendo en otras muchas, pero ahora que todavía puedo mirar hacia atrás, creo que todo lo volvería a hacer exactamente igual, tal vez sea por miedo a un sufrimiento mayor o por no vivir un amor menor. Tal vez sea porque no conozco otra cosa, aunque durante tantos años ansié reencuentros, busqué caminos y corrí para llegar, nunca para huir.

Ahora que los preparativos deben estar ya dispuestos me gustaría, antes de que me enterrasen, ya que intuyo que eso es lo que quieres, que cogieses esas piedrecitas y me las pusieses en la mano derecha, la que, si no me he equivocado con la escasa sensibilidad que aún me queda, apoya sobre mi corazón que ya dejó de latir. Quiero que seas tú, debes abrir mi mano y cerrarla asegurándote de que todas las piedras estén dentro; que no te dé miedo, no voy a levantarme ni abriré los ojos. Estoy muerto, ¿recuerdas? No estés triste, es lo que toca. Hemos pasado tanto tiempo juntos, lo sé porque no medí las horas, solo conté los sentimientos y fueron muchos, puros, hermosos, dolorosos. Ya sabes lo que pienso, la vida es una consumada bromista, aunque maldita la gracia que tienen algunos de sus chistes. La realidad es que somos nosotros quienes actuamos en ellos, para lo bueno y para lo malo. Que no te dé miedo sufrir, es bueno, nos hace fuertes, pero no dejes de recordar lo hermosa que es la vida y cuánto tiempo te queda aún para disfrutarla.

Ahora que ya has cumplido mi propósito solo me queda darte las gracias, por todo, por lo bueno y por lo malo, por lo que me diste y por lo que te robé o dejé que me robaras, incluso por aquello que no vivimos porque la vida no nos dio el tiempo necesario o porque decidimos que era la mejor opción. Por todo ello debo darte las gracias, sinceramente tuyo, un beso,

Rubén



Mérida a 22 de febrero de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

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